El silencioso y
fantasmagórico vuelo de la lechuza común, alimentado por su siniestro canto,
constituye una de las razones por las que esta ave nocturna ha sugerido muchos
mitos y supersticiones. Las lechuzas son las aves más fácilmente
identificables, poseen dos grandes ojos situados en un rostro redondeado que
parece casi humano. Esta es, sin duda, la razón de que la mente humana le haya
concedido un papel tan importante y poderoso; pues ¿quién no ha leído relatos
acerca de lechuzas que se transformaban en hombres y tenían un poder
sobrenatural?
El nombre de
ulula (lechuza) deriva del griego obolydsein, es decir, del llanto y el gemido,
y es que cuando canta, lo recuerda justamente. De aquí que se dice entre los
agoreros que, dejar de oír su lamento, es signo de tristeza, y cuando guarda
silencio es señal de prosperidad.
San Isidoro en
las Etimologías comenta sobre el búho que es un ave lúgubre, muy recargada de
plumas y perezosa, que se la ve de día y de noche merodeando por los
cementerios y habita en las cavernas. Este pecado capital aparece en una
miniatura del siglo XIV, de la Biblioteca Nacional de París. En opinión de los
augures es un ave portadora de calamidades y dicen que su presencia en una
ciudad presagia desolación.
Las lechuzas y
los búhos están mejor documentados en el folklore, leyendas y relatos
históricos que otras especies. Se le atribuyeron características asociadas a la
muerte y al desastre, aunque también se las suponía dotadas de sabiduría y se
utilizaban en la medicina popular y en la magia.
LA SENDA DE LA SUPERSTICIÓN
El búho y la
lechuza hacen acto de presencia en los libros sagrados, generalmente en escenas
de ruina y desolación. Así, en el pasaje de Isaías 34, 11 leemos: "Será
morada de pelícanos y erizos, mansión de cuervos y lechuzas", y en los
Salmos 102, 7 dice: "Me parezco al pelícano del desierto, soy como la
lechuza de las ruinas”. Además de su inclusión como animales impuros según las
prescripciones que dio Dios a Moisés no podían comerse, constituyendo desde
antiguo las aves por antonomasia de agüeros siniestros. Los bestiarios insisten
en la suciedad del búho basándose en una cita del Deut. 14:15; la preferencia
de este animal por la obscuridad es interpretada como un rechazo de Cristo. Guillaume
Le Clerc explica que la lechuza representa a los judíos traidores y malditos,
que no quisieron creer los consejos de Dios. También la asocia con el Príncipe
de las Tinieblas. Contrariamente, en el Bestiario de Oxford, en sentido
místico, este ave representa a Cristo, a quien le gusta la noche y las
tinieblas, porque no quiere la muerte del pecador, sino su conversión y su
vida.
En el sistema
jeroglífico egipcio, la lechuza simboliza la muerte, la noche, el frío y la
pasividad. También concierne al reino del sol muerto, es decir, del sol bajo el
horizonte, cuando atraviesa el lago o el mar de las tinieblas. Cierta afinidad
con este simbolismo hallamos en Cantabria, pues por el resplandor fosfórico en
sus ojos es el pájaro de los muertos y se le considera ave de mal agüero,
nuncio, aldabazo postrero de la muerte que va cerrando con un arco iris
palidísimo nuestras vidas.
En la China, el
búho anuncia calamidades, probablemente a causa de sus grandes ojos de demonio
y a partir de la fábula según la cual los búhos jóvenes no aprenden a volar,
hasta que les han sacado despiadadamente los ojos a sus progenitores. En
cambio, durante la dinastía Shang, este ave tuvo un significado primitivo,
puesto que muchas vasijas de bronce ostentan su figura y fue emblema de
Huang-ti, el emperador amarillo, el gran fundador.
En la cultura
preazteca del antiguo México (Teotihuacán), la lechuza estaba consagrada al
dios de la lluvia, pero entre los aztecas simboliza una criatura demoníaca
nocturna y un mal presagio. En varios códices se la representa como el guardián
de la casa oscura de la tierra. Asociado a las fuerzas clónicas, es también un
avalar de la noche, de la lluvia de las tempestades. Este simbolismo lo asocia
a la vez con la muerte y las fuerzas de lo inconsciente, que gobiernan las
aguas, la vegetación y el crecimiento. Esta ambivalencia interpretativa queda
ilustrada con el siguiente refrán "Lo que para uno no es su lechuza, es
para otro su ruiseñor”.
En el material
funerario de las tumbas de la civilización preincaica Chimú (Perú), se
encuentra la representación de un cuchillo de sacrificio en forma de media
luna, coronado con la imagen de una divinidad medio humana medio animal en
forma de lechuza. Este símbolo que está manifiestamente ligado a la idea de la
muerte o sacrificio, está ornado de collares de perlas y de conchas marinas, el
pecho está pintado de rojo y la divinidad así representada está a menudo
flanqueada por dos perros. Esta lechuza sostiene a menudo un cuchillo de
sacrificio en una mano y en la otra el vaso destinado a recoger la sangre de la
víctima.
Los Señores del
Inframundo maya encargaron a las lechuzas cuidar un campo con árboles floridos
para que no robaran sus flores los Gemelos. Las lechuzas no fueron y enviaron a
las hormigas arrieras, quienes no sólo hurtaron las flores, sino también
cortaron con sus mandíbulas las alas y las colas a las lechuzas sin que se
dieran cuenta. Como castigo, los señores del inframundo rasgaron la boca a las
lechuzas y por esta razón la tienen hendida.
El canto del
búho era considerado de muy mal agüero, ya estuviera sobre la casa o en un
árbol cercano, era aviso de enfermedad y muerte, de aniquilación de la casa y
de la familia que en ella habitaba. Entre los náhuas la lechuza, al igual que
el búho, era ave de mal agüero y mensajera de Mictlantecuhtli Señor del
Inframundo. Cuando se le oía chillar significaba que alguien había de morir o
enfermar, especialmente si lo hacía dos o tres veces sobre el techo de la casa.
Si además rascaba la tierra, era aún más temible el augurio y para escapar a la
mala fortuna que pronosticaba, los hombres proferían obscenidades e injuriaban
al animal, el cual era la sexta acompañante de los señores de los días y
concretamente de Yaotequihua, el dios guerrero de los muertos.
Su mala
reputación y sus gritos agudos no hacen de estas aves buenos motivos de
inspiración. Salvo la lechuza que exhala algunos "chiu, chiu” en el
Contrepoint des animaux de A. Banchieri y el búho, disfraz bajo el cual Júpiter
se aparece a la reina de las ranas en Platée de Rameau, las rapaces están casi
ausentes en las partituras.
En la leyenda
del Pájaro malo, los habitantes de las charcas dicen que esta ave anuncia la
muerte de cualquier individuo, cantando sobre el techo de la casa del que va a morir.
Tiene aspecto horrible, rara vez sale a la población y vive en el campo
escondida entre las hojas de los árboles más hermosos.
En la cultura
popular argentina, en la región de Mailín (Santiago de Estero), el Cachirú es
una divinidad maligna y se la representa con la forma descomunal de un lechuzón
de poderosas garras y agudo pico. Su plumaje es gris obscuro, sus ojos, enormes
y fosforescentes, brillan en la sombra. Esta luz y sus gritos agoreros son las
únicas señales que anuncian su vuelo silencioso. Se dice que puede alzar a un
hombre por los aires o desgarrar su cuerpo en un santiamén, pero prefiere
arrebatarle el alma en la hora de su muerte, para convertirla en un fantasma
terrible.
Ferrer de
Valdecebro comenta sobre el búho que infunde tristeza, no sólo su canto, sino
su vista y su vuelo, pero que tiene un corazón valiente y animoso porque suele
acometer a los perros, a las zorras y a las liebres. Ve en lo más obscuro y
tenebroso de la noche y vuela con ligero y presto vuelo y de día no ve porque
es muy sutil y delgado el humor que favorece y da fuerzas a la vista, como
refiere Aristóteles. También cuenta que fue un ave de mal agüero y por eso las
gentes supersticiosas y engañadas lastimosamente por el demonio podían tenerle
por agüero infausto. Después de formularse varias preguntas respecto a algunas
supersticiones concluye que es materia de gravísimo escrúpulo que entre los
católicos se admitan, reparen y crean estas necias supersticiones, porque no
sólo las creen sino que las autorizan. Dice que algunos escritores le siguen de
día por la hermosura de sus ojos, que viven enamorados de algunos pajarillos,
porque como los tiene tan cristalinos y claros se ven en ellos como en un
espejo y por eso se le acercan tanto.
En cuanto a la
lechuza, el mismo autor señala que es tan perseguida por las demás aves, como
el búho. Realiza una ferviente defensa diciendo que es hermosa en el cuerpo, en
los ojos y en la pluma. Se alimenta de ratones y no aceite como dice el vulgo
que la bebe sino que le ofende la luz y al apagar las lámparas derrama el
aceite con el movimiento.
Desde Plinio,
todos los autores han destacado que a esta ave se la ve de día y de noche
merodear por los cementerios y siempre mora en las cuevas. Se introduce en las
iglesias para beberse aceite de las lámparas al mismo tiempo que arroja sus
excrementos. Por esta afición a estos lugares siniestros se la relacionó con
los malos agüeros y vista de día era señal de un cruel y maligno presagio, como
cuenta San Isidoro en sus Etimologías.
Las narraciones
mitológicas no dieron tregua en realzar su inquina hacia ella y afirmaban que
las lechuzas atormentaban en los infiernos con sus graznidos a los gigantes que
osaron requerir de amores a Hera y Artemis. Ovidio en la Metamorfosis fue
sumamente injusto con respecto al búho, al que asoció con la tragedia humana,
por ser "infausto mensajero de las desgracias futuras y presagio funesto
para los mortales". Le llamó ave execrable y en la carta de Deyanira a
Hércules, pájaro letal.
Angelo Policiano
en una prosopopeya que hace sobre el búho se queja de que le tengan por ave de
mal agüero, sin razón ninguna; si a ninguno hace daño, si sirve para que cacen
las demás aves, se pregunta por qué el vulgo novelero le hace agorero horroroso
a sus fatalidades y finaliza diciendo que cada uno se fabrica su suerte y
ventura.
Grimal siguiendo
con la tradición señala que vive en lugares desiertos, parajes inaccesibles y
su canto es un largo gemido, parecido al que exhalan las plañideras mientras se
consume el cadáver en la hoguera.
Los prisioneros
griegos y romanos, y los desertores eran marcados con un hierro candente o
tatuados y los dibujos representaban entre otros animales a la lechuza. Los
infelices así desfigurados procuraban cubrir con sus cabellos su frente
estigmatizada, pero sus terribles amos les hacían afeitar la cabeza.
La imagen de la
bruja nocturna, de la mujer que se transforma por la noche en ave de rapiña,
que vuela emitiendo gritos espantosos, que entra en las casas para devorar a
los niños, está en el origen del mito demonológico. Esta leyenda se remonta a
la antigüedad, a la literatura romana y a la mitología germánica. Laborde en su
libro Les Brouches sobre las brujas refiere un sistema de defensa:
"Lechuza, yo te salo la cabeza y el culo, que todo el mal que tu traigas
quede contigo".
Ovidio, en sus
Fastos también la relaciona con la brujería. Cuenta que en los tiempos antiguos
de Roma, se creía que las lechuzas se transformaban en brujas y que entraban
por las ventanas de la guardería mientras que los niños pequeños estaban
durmiendo, chupaban su sangre cuando estaban en sus cunas. Con tan mala
reputación no sorprende la costumbre de clavarlas vivas en las puertas de las
casas romanas para alejar el mal que supuestamente habían causado. El escritor
africano, Apuleyo le explica a un personaje que estas aves de la noche cuando
pasan por alguna casa procuran cogerlas y que las clavan en las puertas para
que el mal agüero que con su desventurado volar amenazan a los moradores, lo
paguen ellas. Según la creencia popular, la lechuza es un ave desgraciada
compañera de las brujas como el mochuelo y se las clavaba sobre las puertas de
las granjas para paralizar al diablo, del cual se decía que tomaba a menudo su
forma.
En Cantabria,
las metamorfosis reversibles y recíprocas de la lechuza y de la bruja tuvieron
amplia notoriedad, hasta el extremo de que ambas fueron las pesadillas de los
aldeanos más crédulos. Así, cuando se cogía una lechuza se la degollaba
enterrándola a varios palmos de profundidad echando piedras gruesas encima.
Esta práctica, halla fundamento, en que dicha rapaz era para el vulgo una bruja
en disposición de comenzar a hacer daño y antes de que esto sucediera la
declaraban maldita y la eliminaban en un santiamén.
En el cuarto
libro de Virgilio, La Eneida, el canto de un búho es fatal:
Sobre su techo un búho solitario
con su funesto canto se quejaba,
y su largo quejido se rompía en el lloro.
Y en el
duodécimo menciona a la lechuza en el pasaje anterior al final de Eneas y
Turno. En este momento Juturna oye que se presagia un lamento, el batir de las
alas y desesperadamente pronuncia:
Reconozco el batir de las alas,
sonido temeroso.
Según el mismo
autor, fue un búho encaramado en lo alto de una casa en Cartago, quien predijo
la deserción, desolación y muerte de Dido. Se dijo que también había predicho
la muerte de César.
Los romanos
purificaban la ciudad con agua y azufre cuando un búho o un lobo intentaban
entrar en el templo de Júpiter o dentro del Capitolio. Según Silius Italicus,
la derrota de Cannes les fue pronosticada por el búho; este hecho también es
mencionado por Ovidio en el décimo libro de su Metamorfosis. En su quinto libro
narra que Ascalafos, transformado por Ceres en un búho, es condenado a predecir
siniestros presagios porque había acusado a Perséfone de haber comido una
granada en secreto contra la prohibición.
Fausto agorero
lo fue en Tartaria y así lo venera el gran Kan porque consiguieron ilustres
victorias sus antecesores favorecidos por los agüeros de los búhos. A Herodes
le pronosticó el reino un agorero llamado Germano, estando atado a un árbol
preso por Tiberio César en Roma, porque vio a un búho que estaba en el árbol
mismo sobre la cabeza de Herodes y así sucedió.
Un pasaje
bíblico (Isaías 13, 21) se abre con una profecía de carácter apocalíptico
contra Babilonia, una de las naciones enemigas de Israel, en un oráculo
revelado al profeta que dice: "Las fieras del desierto vagarán por allí,
los búhos llenarán sus casas, habitarán las avestruces y brincarán los
sátiros”.
Cuando Herodes
Agripa entró en el anfiteatro de Cesárea, vestido con un manto real tejido de
plata, antes de dar la señal para que sonaran las trompetas un búho había caído
en la arena cegado por el sol, se posó en su trono, cruzó cinco veces y alzó el
vuelo. El búho fue un mal presagio para Herodes que empezó a sufrir dolores
lacerantes y cinco días después había muerto aquejado de terribles dolores. De
nuevo, cuando el ejército romano estaba a punto de luchar en Carrea en las
llanuras del Tigris y el Eufrates en lo que es ahora la parte suroriental de
Turquía una lechuza apareció en las líneas de los soldados y les advirtió de
que iban a sufrir uno de los mayores reveses infligidos al impero romano, la
muerte y mutilación de Craso, la aniquilación del ejército romano y la pérdida
de las águilas romanas.
Una selección de
las referencias más antiguas sobre lechuzas y búhos en la literatura nos dice
que estas aves eran consideradas con cierto recelo. En muchos aspectos, no es
demasiado difícil apreciar por qué este pájaro había adquirido una reputación
tan siniestra. La razón principal es quizá por ser un pájaro de la noche y de
la obscuridad, y de ahí su asociación con la muerte y lo mágico. Otro factor es
el grito de la lechuza, pues durante el día se había visto tal llamada con
incertidumbre, pero normalmente se oía en el crepúsculo o durante la noche, lo
que podría considerarse como horripilante y siniestro.
El comediógrafo
griego Menandro se hace eco de este hecho con la siguiente alusión al ave
nocturna: "Si oímos el canto de la lechuza, bien haremos en temer
algo".
El Bestiario
Valdense toma los lloros y gemidos del búho como signo de dolor ante la muerte
y lo pone como modelo del cristiano, que debe lamentarse de la muerte
espiritual, pero no de la corporal.
En una tragedia
de Eurípides una lechuza indica al vidente Poliido la tinaja de miel, en la que
yace muerto Glauco, al que resucita.
El poeta inglés
Chaucer (Siglo XIV) en The legend of good women contiene una de las referencias
más antiguas sobre la lechuza:
La lechuza por la noche impide hablar anuncia dolor y desgracia.
Hay numerosas
referencias de poetas en los siglos XVI y XVII entre los que debe citarse a
Shakespeare en Macbeht cuando su malvado grito susurra al oído de Lady Macbeth
y cuando el asesino sale corriendo exclamando he realizado la hazaña, no oíste
un ruido, ella responde: "Oía la lechuza gritar”. En la misma obra
describe a las brujas haciendo una hórrida mezcla en la gran caldera, para
obtener la virtud de presagios siniestros; éstas pusieron entre otros
ingredientes maléficos la pata de lagarto y el ala del mochuelo. La aparición
de la lechuza al nacer como presagio de mala suerte lo menciona dicho autor en
El rey Enrique VI cuando se dirige a un personaje. En El sueño de una noche de
verano también se hace alusión al mal augurio. De nuevo, cuando Ricardo III
está desesperado por las malas noticias interrumpe el tercer mensajero:
Fuera de aquí lechuzas ¡Nada, excepto canciones de muerte!
Iriarte, en la
fábula "La lechuza (XXID)”, de forma alegórica, censura a los críticos que
se ensañan con los autores desaparecidos. En ella el crítico es como una
lechuza que no se atreve a chupar el aceite de la lámpara cuando está encendida
y espera a que se apague, es decir, a que muera el autor que iluminaba con su
ingenio. La creencia de que este rapaz se introducía por la noche en las
iglesias disfrazada con un pañuelo y plumas de cuervo e iba a conversar con las
ánimas de los difuntos, acusándola de beber el aceite de las lámparas de los
cubículos de los humilladeros, se explica porque al ser atraída por la luz de
alguna claraboya o ventana buscando las polillas revoloteaba sobre las antiguas
lámparas de aceite; la picaresca añade que fueron los sacristanes quienes la
propalaron. Quevedo en El Buscón se hace eco de dicha creencia: "Cuando el
ermitaño dijo que llevaba el aceite de las lámparas, y el soldado dijo: yo
pensé ser su lechuza". Testimonio de tan desatinado achaque son los dichos
siguientes:
La lechuza aceitosa y la sacristana se tapan con la misma campana.
Donde hay coruja aceitona hay sacristana ladrona.
Torres
Villarroel en Los desahuciados del mundo y de la gloria (Cama III) dice a
propósito de un personaje: "Metióse a comisionista, lechuzo y
sacamantecas...”. Con este apelativo describía al encargado de apremiar y
embargar a los contribuyentes.
En la lámina de
los Caprichos, Goya dibuja a un hombre y a una mujer atados entre sí al tronco
de un árbol, haciendo esfuerzos desesperados por librarse uno del otro, por
encima de sus cabezas un enorme búho, que lleva gafas, las alas extendidas y
unas enormes garras se agarra con una al tronco del árbol y con la otra al pelo
de la mujer (Fig. 1). Según Feuchtwanger, con toda probabilidad esta rapaz
representaba a la iglesia y a sus leyes, que velaba sobre la sagrada
indisolubilidad del matrimonio.
Amades recoge
algunos relatos que tratan de dar respuesta a las siguientes preguntas: ¿Cómo
fue creada la lechuza? ¿Por qué la lechuza es el más feo de los pájaros? ¿Cómo
la lechuza enseña a los sastres el arte del corte? Al primer interrogante un
mendigo socorre a Jesús y le promete conceder todo lo que desea: riqueza,
felicidad, y poder. No satisfecho desea tener más poder que él y como castigo a
su ambición sin límite convierte a su mujer y a sus hijos en lechuzas. En el
segundo Dios encargó a un petirrojo llevar el fuego del cielo sobre la tierra y
como no conocía las propiedades del fuego al aproximar sus plumas se quemó.
Dios pidió a todos los pájaros dar una de sus plumas al pobre petirrojo. Todos
los pájaros obedecieron, excepto la lechuza, que se hizo la sorda y Dios le
condenó a ser el más feo de los pájaros. Por último un rey quería celebrar sus
nupcias y llamó a los siete sastres más hábiles y les encargó un hábito. Tras
siete días y siete noches no sabían cómo hacerlo. Cuando los pájaros vieron los
esfuerzos desesperados, fueron en tumulto a ayudarles y una lechuza les indicó
cómo se hacía.
En la
imaginación de los campesinos asturianos reviven fantasmas, seres misteriosos y
otras representaciones de lo desconocido; así en las sombras de la noche vuelan
las brujas montadas en sus escobas, bate sus alas el páxaru negru de la muerte
con un rumor tenue con el del último suspiro. En los presagios lúgubres domina
el color negro o los melancólicos tintes del crepúsculo de la tarde como los
gritos de la lechuza, siempre la luz presagia la dicha y la sombra anuncia el
dolor.
Los indios de
América tuvieron preocupaciones semejantes a los de los pueblos europeos
respecto al canto del búho y la lechuza, siendo su aparición señal de que
alguno había de morir en ella pronto. La lechuza es un animal fatídico que
anuncia la muerte. Llamada urucurea por los guaraníes habita en la cueva de la
Vizcaya, cuadrúpedo de quien dice el vulgo que las noches de luna tiene sus
danzas. En nuestro país además de considerarlas encarnaciones y símbolos de las
almas perversas, si se le oye durante un parto vaticinan la muerte del recién
nacido.
En el cuento de
La lechuza de García Saíz el fantástico graznido de esta ave inspira ciertas
supersticiones. Es un bicho de mal agüero. Un personaje, Marcelina, pronuncia
solemnemente tres veces, para quebrar el mal: ¡Cruz diablo!
Muchas fuentes
poéticas aluden a una supuesta característica de la lechuza: su sabiduría. Tal
atributo es bastante contrario a lo comentado anteriormente y en el emblema
XIX, Alciato presenta a la lechuza, ave más prudente que parlera como símbolo
de Atenea, diosa de la sabiduría. Aparece en el escudo de Atenas y figuraba en
sus monedas. Le tuvieron tanta veneración los atenienses que no había templo,
palacio, calle, plaza, ni esquina donde no estuviese la estatua o retratada y
la pintaban también en sus banderas. En la fábula esópica de situación “La
lechuza y los pájaros" es considerada como un ave inteligente y por ello
estaba consagrada a Atenea. Eliano en su Historia de los animales afirma que es
un ave muy astuta y parecida a las brujas, porque cuando es cazada, caza a su
vez a su amo hipnotizándolo y durante el día atonta a los pájaros cambiando el
aspecto de su cara. Fue celebrada entre los romanos también y la hicieron
símbolo del consejo y la prudencia.
El emperador
Diocleciano puso en circulación una moneda con una lechuza en la cara y en el
reverso las letras S. C. (Fig. 2). Aunque no es seguro por qué se debe atribuir
a esta ave la sabiduría, se han propuesto dos explicaciones. La primera es por
su poder de ver con claridad en las tinieblas. La iconografía cristiana
moderna, basándose en los Bestiarios y en relación con esta característica, la
considera como imagen del pueblo judío, ya que es un pájaro de la noche que
prefiere las tinieblas a la luz, como los judíos prefirieron el error al
Evangelio. En la mitología y folklore es frecuente que se asocie con la luna,
pues este animal discierne en la noche, como el pálido ojo del astro. La
segunda es que su supuesta sabiduría es un rasgo antropomórfico, es decir,
tiene la apariencia de parecer sabia.
También entre el
vulgo está extendida la idea de que las personas con conocimientos científicos
en cuanto adquieren cierto dominio de la ciencia, suelen parecerse a las
lechuzas. Cuando expulsan por la boca una muestra de erudición es necesario
hacer una fatigosa selección para comprender su origen e importancia. Por razón
similar se pensó que la lechuza podía ser un ave solemne. En muchas fábulas
aparece como un animal amigo que advierte a las aves, sus compañeras, de los
peligros que las acechan. Su aire concentrado, algo ausente, la convierte en
imagen del ser reflexivo y prudente.
Cabrera refiere
una leyenda etiológica según la cual el poeta Plácido, para vengarse del fiscal
que lo sentenció a muerte, cuando agonizaba, se le presentó en forma de lechuza.
El fiscal gritaba que una lechuza, que era Plácido, volaba en torno suyo. El
poeta le había advertido: yo no tendré remordimiento a la hora de la muerte,
porque muero inocente. Usted sí y yo vendré a perseguirlo en forma de lechuza.
El indio tupí de
las llanuras amazónicas reverencia a las lechuzas porque ellas devoran las
cobras solapadas y funestas que se deslizan por los plantíos inyectando la
muerte con su colmillo hueco. Este culto recuerda al que el ibis recibía de los
egipcios ceremoniales y devotos, pues era un defensor tenaz de los labradores
contra el riesgo de las ponzoñosas víboras que invadían los campos como
consecuencia de las inundaciones por las crecidas del Nilo.
En el noveno
libro de Historia de los animales, Aristóteles cuenta que la lechuza es enemiga
de la corneja y come sus huevos durante la noche, y la corneja hace lo mismo
durante el día, porque sabe que tiene una débil visión. En el Ramayana, el búho
rivaliza con el buitre, quien había usurpado su nido, ambos apelaron entonces a
Rama como juez y éste les pregunta desde cuándo les pertenece lo que tan
acaloradamente reclaman. El búho venció en la competición, pues dijo que el
nido era suyo desde que existían los árboles, mientras que el buitre había
señalado que le pertenecía desde que los hombres habitaban la tierra.
En el Calila e
Dymna hay dos pasajes en los que el cuervo ataca al búho tachándolo de falso y
engañoso. En el capítulo VI un cuento ejemplifica los peligros que se corren
por no identificar a tiempo la auténtica condición del prójimo. El error de los
búhos fue dejarse llevar por la aparente humildad del cuervo espía que se había
infiltrado en sus filas.
Según un mito
clásico, la hija de Nycteo de Lesbos se había enamorado de su propio padre.
Refería que la joven se acostó con él mientras dormía. El padre, enterado de
tamaña debilidad, quiso matarla, pero Atenea compadecida de la infeliz
doncella, la transformó en lechuza, ave que evita la luz que descubrió su
crimen. Ovidio tiene que ratificar la misma idea y como enseñanza moralizante
nos viene a decir que ese es el destino de los que cometen crímenes tan
horrendos.
Proverbios y
folklore recogidos por Bon y col. (1992) proporcionan un punto de vista
interesante y valioso acerca de las ideas populares sobre la lechuza. Marie
Trevelyan en Folk-lore and stories of Wales dice: "El vuelo de una lechuza
por el sendero de una persona se considera funesto” y según The folk-lore of
Suffolk de E. Gordon, el grito del paso del vuelo de la lechuza por la ventana
de una sala de enfermos significa que la muerte está próxima. Siguiendo la
misma idea algunos consideraron desafortunado mirar en el interior del nido.
Así se cuenta que una persona temeraria se aventuró y como consecuencia llegó a
estar melancólico.
El ruido
siseante de la lechuza anuncia buen tiempo y día radiante; pero si el tiempo es
bueno y sisea suavemente se desencadenará necesariamente una tempestad y su
grito predecía las tormentas de granizo. En la paremiología popular mantiene su
vigencia el añejo refrán meteorológico: "Si la lechuza por la tarde canta,
prevén la manta”.
Hay también
varias leyendas acerca del linaje de la lechuza. Dafydd de Guylim, el poeta
idílico de Gales (Siglo XIV) narra en verso una antigua tradición sobre la
lechuza en su poema The owl’s pedigree. Consiste en un diálogo entre el ave y
el poeta, durante el cual la lechuza explica que era hija de un jefe que fue
convertida en lechuza por Gwydion en un acto de venganza. Shakespeare alude al
linaje de la lechuza en Hamlet, cuando Ofelia exclama: "La lechuza fue
hija de un panadero".
Filostrato, en
La vida de Apolonio, comenta que cuando se come un huevo de lechuza, uno toma
aversión al vino antes de haberlo probado. Swan, en su Speculum mundi,
recomendó que los huevos de las lechuzas se rompieran y se pusieran en los
vasos de un borracho o del que deseara seguir bebiendo. Los huevos tendrían así
el efecto repulsivo sobre la bebida y evitaría el hábito.
Ferrer de
Valdecebro añade además que no beberá agua en vasija que haya tenido vino y que
el mismo efecto hacen los huevos de búho. En la creencia popular se recomiendan
los huesos de lechuza contra la embriaguez y tales prácticas pueden tener
origen en la leyenda de la enemistad que los griegos creían que existía entre la
lechuza y Dioniso, el dios de la vid y el vino. Se menciona otra referencia en
el libro titulado The long hidden friend comentado por E. A. Armtrong que dice:
"Si colocas el corazón y la pata derecha de la lechuza sobre alguien que
está dormido te contestará a cualquier cosa que le preguntes y te contará lo
que ha hecho”.
San Alberto
Magno, que recoge la información de Plinio, dice que el corazón de la lechuza
colocado sobre el pecho izquierdo de una mujer dormida permitirá descubrir sus
secretos. En el Libro de las utilidades recoge una variante que es sobre el
corazón de la mujer que mientras esté durmiendo delirará, contando lo que ha
hecho y cuando se le quita murmurará. Entre otras recetas milagrosas cita:
aplicar la vesícula de búho, mezclada con cenizas de tamarindo, miel y agua de
malva, y administrarla a quien se orine en la cama para remediar su mal y
mezclar su sangre con aceite y untando la cabeza elimina a las liendres y a los
piojos. Si se unta caliente sobre el que tenga parálisis bucal, repara su
dolencia.
En el norte de
Yorkshire se prescribió caldo de lechuza para prevenir la tosferina, aunque en
este caso se utilizó la lechuza marrón, y en Orkneys y Shetlands las ancianas
solían decir que una vaca daría leche sangrienta si fuera asustada por una
lechuza y si fuera tocada que enfermaría y moriría. Horacio, Ovidio y
Shakespeare aluden al uso de lechuzas en pociones mágicas.
En la esfera de
las representaciones simbólicas, la lechuza sigue teniendo un gran papel en la
heráldica que se usa para expresar poderes, virtudes y cualidades individuales
o familiares. Aparece en los escudos de armas de tres ciudades del norte de
Inglaterra: Leeds, Dewbury y Oldham y en el escudo de algunas escuelas, por lo
que se deduce obviamente que es un símbolo de sabiduría y aprendizaje. Es bien
sabido que ya desde la antigüedad, los egipcios dibujaban cabezas de animales
sobre cuerpos de hombres, aunque no con la intención satírica que experimenta
la obra gráfica de Grandville, quien refleja el aburguesamiento de los
animales-hombres y la bestialización de la vida diaria, siendo evidente su
preocupación social y moral. El cuerpo de la lechuza en combinación con la
postura humana se utiliza como una crítica aparentemente oculta, aunque
inteligible para todo el mundo, de acontecimientos contemporáneos y abusos
sociales.
Como cada vez
resulta más difícil vender bienes de consumo, sigue siendo la imagen de los
animales un buen señuelo para cazar la codiciada pieza que es el dinero y buena
prueba de ello es que para vender libros utilizamos representaciones de búhos a
los que consideramos seres reflexivos y a quienes atribuimos gran inteligencia.
El temor
escalofriante y supersticioso sobre estas criaturas es infundado, pero aunque
pasen los siglos, como una manta tendida sobre el olvido de las generaciones,
estas rapaces nocturnas pervivirán en el folklore, cultura y creencias de
infinidad de pueblos. (Fuente: Revista de Folklore)