jueves, 21 de diciembre de 2017

CANONIZACIÓN, LOS SANTOS


La canonización es el acto mediante el cual la Iglesia católica, tanto en su rito oriental como en el occidental, declara como santo a una persona fallecida. Este proceso comprende la inclusión de dicha persona en el canon, la lista de santos reconocidos, así como el permiso para rendir culto público y universal a esa persona, a la cual se le asigna una fiesta litúrgica, se le dedican iglesias, capillas o altares, y se reconoce su poder de intercesión ante Dios. En los primeros tiempos del Cristianismo, los individuos eran reconocidos como santos sin requerimientos o procesos formales. El proceso comenzó a regularizarse y tomar forma en la Edad Media.

Tanto la Iglesia católica como la ortodoxa poseen sus formas y mecanismos de canonización. En el caso del catolicismo, el reconocimiento de la santidad se efectúa después de un proceso de investigación exhaustiva de la vida de la persona implicada. Existen dos vías para llegar a la declaración de canonización:
  • La vía de las virtudes heroicas.
  • La vía del martirio.

En el proceso de canonización se establece la duda procesal de si el candidato a santo ha vivido las virtudes cristianas en grado heroico, o si ha sufrido martirio por causa de la fe. Además, para llegar a la canonización se requiere de la realización confirmada de dos milagros (uno solo en el caso del mártir). La canonización se lleva a cabo mediante una solemne declaración papal de que una persona está, con toda certeza, contemplando la visión de Dios.

El nombre de la persona se inscribe en la lista de los santos de la Iglesia y a la persona en cuestión se la "eleva a los altares", es decir, se le asigna un día de fiesta para la veneración litúrgica por parte de la Iglesia católica.

El tiempo transcurrido entre la muerte y la canonización de los santos ha sido sumamente variable: desde siglos —tal el caso de san Pedro Damián, canonizado 756 años tras su muerte—, hasta menos de un año. Entre estos últimos casos, pueden citarse los ejemplos de san Antonio de Padua, canonizado 352 días después de su deceso, y de san Pedro de Verona, cuyo proceso de canonización tuvo una duración de tan solo 337 días.

HISTORIA

Los santos originalmente eran aclamados vox populi, es decir, por aclamación popular. Se trataba de un acto espontáneo de la comunidad cristiana. Para evitar abusos, los obispos tomaron la responsabilidad de la declaración de santos en sus respectivas diócesis. En orden al cuidado y prudencia a ejercer por la Iglesia en la prueba de la santidad, Cipriano de Cartago, a mediados del siglo III, recomendó que se observara la máxima diligencia en la investigación de las denuncias de los que se decía habían muerto por la fe. Debían investigarse mediante examen riguroso todas las circunstancias que habían acompañado su martirio, el carácter de su fe y los motivos que las habían animado, de forma que pudiera evitarse el reconocimiento a quienes no merecieran tal título.

A los santos así reconocidos se le asignaba un día de fiesta, generalmente el aniversario de su muerte. A finales del siglo X se realizaron los primeros procesos canónicos, siendo el primer santo canonizado por proceso Ulrico de Augsburgo y la primera santa, Wiborada. Finalmente, en el año 1234, se reservó oficialmente a los papas el derecho de canonización. En 1588, el papa Sixto V puso el proceso en manos de la Sagrada Congregación de Ritos. Pablo VI, en 1969, atribuyó esta tarea a la Congregación para las Causas de los Santos.

Hay cinco pasos en el proceso oficial de la causa de los santos, una vez transcurridos cinco años desde la muerte del candidato o candidata:
  1. Postulación: se presenta y da a conocer la intención de elevar a la santidad a esa persona, y se recaban datos biográficos y testimonios.
  2. La persona es declarada «sierva de Dios».
  3. La persona es declarada «venerable».
  4. Beatificación: la persona es declarada «beata» si se prueba la existencia de un milagro debidoa su intervención.
  5. Canonización: la persona es declarada «santa» cuando puede atribuírsele un segundo milagro.