La escritura cuneiforme es
comúnmente aceptada como una de las formas más antiguas de expresión escrita,
según el registro de restos arqueológicos. A finales del IV milenio a.C., los
sumerios comenzaron a escribir su idioma mediante pictogramas, que
representaban palabras y objetos, pero no conceptos abstractos. Una muestra de
esta etapa la podemos observar en la tablilla de Kish. Hacia 2600 a.C. los
símbolos pictográficos ya se diferenciaban claramente del ideograma original, y
al finalizar ese milenio, con objeto de hacer más fácil la escritura, ya eran
completamente diferentes.
La escritura cuneiforme fue
adoptada por otras lenguas: acadia, elamita, hitita y luvita, e inspiró a los
alfabetos del antiguo persa y el ugarítico. El cuneiforme se escribió
originalmente sobre tablillas de arcilla húmeda, mediante un tallo vegetal
biselado en forma de cuña, de ahí su nombre. Durante el período acadio
comenzaron también a utilizarse el metal y la piedra. El término cuneiforme
proviene del latín cuneus 'cuña' por la forma de las incisiones, aunque un
antiguo poema sumerio las denomina gag 'cuña(s)'.
En un principio, la escritura a
base de pictogramas no era adecuada para escribir conceptos abstractos, los
verbos y sus tiempos, los pronombres, etc. Por ello, se comenzaron a utilizar
ciertos símbolos con valor fonético silábico. Así, por ejemplo, dado que en
sumerio las palabras ajo y dar eran homófonas (sum), el mismo símbolo que se
utilizaba para aquél comenzó a usarse con valor fonético para éste. Con el paso
del tiempo, aplicando similitudes semejantes, se creó un corpus silábico, usado
preferentemente para expresar ciertos elementos gramaticales y conceptos
abstractos.
El sumerio era una lengua
aglutinante, por ello, cuando los acadios adoptaron el cuneiforme para su
propia lengua semítica, dado que el valor fonético y el ideográfico podían
confundirse fácilmente, desarrollaron estos unos signos determinantes que
indicaban cómo debía leerse cada símbolo. Al final de este proceso, por
ejemplo, el símbolo que se leía como an, además del silábico, podía tener otros
dos significados: el concepto dios o cielo y un determinante para indicar que
algo tenía naturaleza divina o celeste.
DESCUBRIMIENTO Y DESCIFRADO
Europa tuvo constancia de esta
escritura gracias al culto y noble italiano Pietro della Valle. Este incansable
viajero y explorador hizo escala en Persépolis aproximadamente hacia el año
1621. Una vez allí, no sólo dejó constancia por escrito de la magnífica y
antigua capital de los aqueménidas, pues también copió una serie de peculiares
signos grabados en las ruinas de las puertas del palacio de dicha ciudad y que
además figuraban en tres versiones. Thomas Hyde acuña el término de cuneiforme
a estas inscripciones en 1700, cuando este profesor de Oxford publica un
trabajo que versa sobre los logros obtenidos por Della Valle. El título de su obra:
“Dactuli pyramidales seu cuneiformes”, dio nombre a esta original escritura.
Años más tarde, en 1835 Henry
Rawlinson, un oficial de la armada británica, encontró la Inscripción de
Behistún, en un acantilado en Behistún en Persia. Tallada durante el reinado
del rey Darío I de Persia (522 a. C. - 486 a. C.), consistía en textos
idénticos escritos en los tres lenguajes oficiales del imperio: persa antiguo,
babilonio y elamita. La importancia de la inscripción de Behistún para el
descifrado de la escritura cuneiforme es equivalente al de la piedra de Rosetta
para el descifrado de los jeroglíficos egipcios.
Rawlinson dedujo correctamente
que el persa antiguo usaba un alfabeto silábico y lo descifró correctamente.
Trabajando de forma independiente, el asiriólogo irlandés Edward Hincks también
contribuyó al descifrado. Después de traducir el persa, Rawlinson y Hincks
comenzaron a traducir los otros. En gran medida fueron ayudados por el
descubrimiento de la ciudad de Nínive por parte de Paul-Émile Botta en 1842.
Entre los tesoros descubiertos por Botta estaban los restos de la gran
biblioteca de Asurbanipal, un archivo real que contenía varios miles de tablas
de arcilla cocidas con inscripciones cuneiformes.
En 1851, Hincks y Rawlinson,
podían leer ya 200 signos babilonios. Pronto se les unieron otros dos
criptólogos, un joven estudiante de origen alemán llamado Julius Oppert y el
versátil orientalista británico William Henry Fox Talbot. En 1857 los cuatro hombres
se conocieron en Londres y tomaron parte en el famoso experimento para
comprobar la precisión de sus investigaciones.
Edwin Norris, el secretario de la
Real Sociedad Asiática, le dio a cada uno de ellos una copia de una inscripción
recientemente descubierta datada en el reinado del emperador asirio
Tiglath-Pileser I. Un jurado de expertos fue convocado para examinar las
traducciones resultantes y certificar su exactitud. Las traducciones
resultantes de los cuatro expertos coincidían en todos los puntos esenciales.
Hubo por supuesto algunas
pequeñas discrepancias. El inexperto Talbot había cometido unos cuantos
errores, y la traducción de Oppert contenía unos cuantos pasajes dudosos debido
a que el inglés no era su lengua materna. Pero las versiones de Hincks y
Rawlinson eran virtualmente idénticas. El jurado declaró su conformidad, y el
descifrado de la escritura cuneiforme acadia pasó a ser un hecho consumado.