jueves, 21 de diciembre de 2017

ESCRITURA CUNEIFORME


La escritura cuneiforme es comúnmente aceptada como una de las formas más antiguas de expresión escrita, según el registro de restos arqueológicos. A finales del IV milenio a.C., los sumerios comenzaron a escribir su idioma mediante pictogramas, que representaban palabras y objetos, pero no conceptos abstractos. Una muestra de esta etapa la podemos observar en la tablilla de Kish. Hacia 2600 a.C. los símbolos pictográficos ya se diferenciaban claramente del ideograma original, y al finalizar ese milenio, con objeto de hacer más fácil la escritura, ya eran completamente diferentes.

La escritura cuneiforme fue adoptada por otras lenguas: acadia, elamita, hitita y luvita, e inspiró a los alfabetos del antiguo persa y el ugarítico. El cuneiforme se escribió originalmente sobre tablillas de arcilla húmeda, mediante un tallo vegetal biselado en forma de cuña, de ahí su nombre. Durante el período acadio comenzaron también a utilizarse el metal y la piedra. El término cuneiforme proviene del latín cuneus 'cuña' por la forma de las incisiones, aunque un antiguo poema sumerio las denomina gag 'cuña(s)'.

En un principio, la escritura a base de pictogramas no era adecuada para escribir conceptos abstractos, los verbos y sus tiempos, los pronombres, etc. Por ello, se comenzaron a utilizar ciertos símbolos con valor fonético silábico. Así, por ejemplo, dado que en sumerio las palabras ajo y dar eran homófonas (sum), el mismo símbolo que se utilizaba para aquél comenzó a usarse con valor fonético para éste. Con el paso del tiempo, aplicando similitudes semejantes, se creó un corpus silábico, usado preferentemente para expresar ciertos elementos gramaticales y conceptos abstractos.

El sumerio era una lengua aglutinante, por ello, cuando los acadios adoptaron el cuneiforme para su propia lengua semítica, dado que el valor fonético y el ideográfico podían confundirse fácilmente, desarrollaron estos unos signos determinantes que indicaban cómo debía leerse cada símbolo. Al final de este proceso, por ejemplo, el símbolo que se leía como an, además del silábico, podía tener otros dos significados: el concepto dios o cielo y un determinante para indicar que algo tenía naturaleza divina o celeste.

DESCUBRIMIENTO Y DESCIFRADO

Europa tuvo constancia de esta escritura gracias al culto y noble italiano Pietro della Valle. Este incansable viajero y explorador hizo escala en Persépolis aproximadamente hacia el año 1621. Una vez allí, no sólo dejó constancia por escrito de la magnífica y antigua capital de los aqueménidas, pues también copió una serie de peculiares signos grabados en las ruinas de las puertas del palacio de dicha ciudad y que además figuraban en tres versiones. Thomas Hyde acuña el término de cuneiforme a estas inscripciones en 1700, cuando este profesor de Oxford publica un trabajo que versa sobre los logros obtenidos por Della Valle. El título de su obra: “Dactuli pyramidales seu cuneiformes”, dio nombre a esta original escritura.


Años más tarde, en 1835 Henry Rawlinson, un oficial de la armada británica, encontró la Inscripción de Behistún, en un acantilado en Behistún en Persia. Tallada durante el reinado del rey Darío I de Persia (522 a. C. - 486 a. C.), consistía en textos idénticos escritos en los tres lenguajes oficiales del imperio: persa antiguo, babilonio y elamita. La importancia de la inscripción de Behistún para el descifrado de la escritura cuneiforme es equivalente al de la piedra de Rosetta para el descifrado de los jeroglíficos egipcios.

Rawlinson dedujo correctamente que el persa antiguo usaba un alfabeto silábico y lo descifró correctamente. Trabajando de forma independiente, el asiriólogo irlandés Edward Hincks también contribuyó al descifrado. Después de traducir el persa, Rawlinson y Hincks comenzaron a traducir los otros. En gran medida fueron ayudados por el descubrimiento de la ciudad de Nínive por parte de Paul-Émile Botta en 1842. Entre los tesoros descubiertos por Botta estaban los restos de la gran biblioteca de Asurbanipal, un archivo real que contenía varios miles de tablas de arcilla cocidas con inscripciones cuneiformes.

En 1851, Hincks y Rawlinson, podían leer ya 200 signos babilonios. Pronto se les unieron otros dos criptólogos, un joven estudiante de origen alemán llamado Julius Oppert y el versátil orientalista británico William Henry Fox Talbot. En 1857 los cuatro hombres se conocieron en Londres y tomaron parte en el famoso experimento para comprobar la precisión de sus investigaciones.

Edwin Norris, el secretario de la Real Sociedad Asiática, le dio a cada uno de ellos una copia de una inscripción recientemente descubierta datada en el reinado del emperador asirio Tiglath-Pileser I. Un jurado de expertos fue convocado para examinar las traducciones resultantes y certificar su exactitud. Las traducciones resultantes de los cuatro expertos coincidían en todos los puntos esenciales.

Hubo por supuesto algunas pequeñas discrepancias. El inexperto Talbot había cometido unos cuantos errores, y la traducción de Oppert contenía unos cuantos pasajes dudosos debido a que el inglés no era su lengua materna. Pero las versiones de Hincks y Rawlinson eran virtualmente idénticas. El jurado declaró su conformidad, y el descifrado de la escritura cuneiforme acadia pasó a ser un hecho consumado.