En la mitología griega, el mito
que explica el origen del fuego es el mito de Prometeo, un titán hijo de Japeto
y Climene, cuyo nombre, en griego, significa Vidente. Según este mito,
Prometeo, quien disfrutaba de encolerizar a Zeus, creó a los seres humanos con
arcilla mojada por sus lágrimas. La diosa Atenea, su amiga, al ver sus
creaciones decidió otorgarles el don de la sabiduría. Pasado un tiempo, el hijo
de titanes les enseñó a hacer sacrificios a los dioses, a navegar y a cultivar
y pastorear ganado, además de a controlar el fuego. En cierta ocasión estalló
una disputa sobre qué parte de la víctima de un sacrificio correspondía a los
dioses y cuál a los humanos.
Prometeo, elegido juez, hizo dos
bolsas con el pellejo del animal, en una depositó su carne tapada por las
vísceras y en la otra puso los huesos cubiertos con la grasa atractivamente
colocada. Entonces, le pidió a Zeus que eligiera una de ellas. Éste seleccionó
la de huesos, pues le pareció la más atractiva, pero cuando se dio cuenta del
engaño, arrebató el fuego a los hombres.
Prometeo, enojado, decidió tomar
un poco del fuego sagrado olímpico para entregárselo a la humanidad, con una
rama seca. Luego de esto, partió hacia la Tierra con el carro de Helios, el
dios solar, para cumplir su noble propósito. Cuando Zeus vio lo que el titán
había hecho, creó a una mujer llamada Pandora, a la cual todos los dioses
dotaron con sus habilidades, e incluso sembraron en ella la semilla de la
maldad. Le otorgaron una caja que supuestamente contenía muchos presentes para
Prometeo, aunque en realidad en su interior se reunían todas las desgracias
inimaginables.
Pandora acudió a la Tierra para
intentar seducir a Prometeo y a su hermano Epimeteo, pero mientras el primero
se mantuvo impasible, el segundo no se resistió a sus encantos. Pandora
finalmente abrió la caja y de allí salieron todos los males y la muerte. Entonces,
Zeus decidió enviar un Diluvio para dejar la Tierra libre de seres vivientes;
y, como castigo, colocó a Prometeo en la cima de una montaña donde un águila le
comía el hígado.
La cultura griega veneraba a dos
dioses del fuego: Hestia (en la mitología romana, Vesta) y Hefestos (Vulcano).
La primera era además la diosa del hogar, quien protegía a los niños pequeños y
a las vírgenes. Hefestos, en cambio, era un dios herrero, el más habilidoso del
Olimpo. Este último era un dios hijo de Hera y Zeus, pero, según Hesíodo, de
Hera solamente. Se lo consideraba un dios de los metales, además del fuego. Él
fue llamado por Zeus para atar a Prometeo en la cima de aquella montaña,
acataba toda orden suya aun cuando no estuviera de acuerdo.
De sus muchas uniones amorosas,
la más destacable fue la que tuvo con Cabiró, hija de Proteas, de la cual
surgieron los Cábiri, que eran las deidades del fuego. Generalmente, este dios
era venerado junto a Atenea, patrona de las bellas artes, la inteligencia y la
guerra; y entre las festividades en su honor se destacaba la Hefestia, una
procesión enorme de la cual participaban las poblaciones de Lemnos, Frigia,
Carea y Licia y se llevaba a cabo cada cinco años. Existía un templo dedicado a
este dios en la agorá de Atenas llamado Tisíon. En las danzas que solían
celebrarse para él los bailarines simulaban cojear, ya que esta deidad quedó
renga luego de una de sus caídas desde el monte Olimpo.
Hestia o Vesta por su parte, era
venerada como la Diosa del Fuego del Hogar. Según la mitología, era la única
diosa que se mantenía totalmente en el anonimato, sin intervenir en ninguna
disputa divina del Olimpo, rechazando cualquier tipo de invitación amorosa y
dispuesta a permanecer virgen pese a todo. Esta pacífica diosa es hija de Cronos
y Rea y hermana mayor de Zeus. Se supone que es la más antigua personificación
de la Madre Tierra y del fuego que arde en las entrañas de ésta, como así
Hefesto es una personificación del fuego de los volcanes (de ahí su nombre
romano, Vulcano).
Además de proteger los hogares de
todo tipo de desastres, esta diosa protegía a cada ciudad griega en particular.
Se dice que cuando juró permanecer siempre virgen tocándole la cabeza a Zeus,
éste le concedió habitar en el centro de la Tierra, es por eso que se la asocia
muy seguidamente con la isla de Delfos, llamada también Omphailón, el Ombligo
del mundo. Cada vez que se empezaba una oración, se invocaba en nombre de
Hestia, y al finalizarla, se procedía de igual manera, solicitándole la
protección de la casa.
Si bien en Grecia, se le concedió
su debida importancia pero no demasiada, en Roma era adorada como la diosa
protectora de la humanidad en su conjunto, la protectora de los hogares y del
fuego sagrado de Roma, representante además de su bienestar, la res publica.
Existía en Roma un templo en su honor, denominado Aedes Vestae, donde ardía el
fuego sagrado, representación del fuego que ardía en el pecho de los hombres
por acción de Vesta.
El origen del fuego que ardía en
este templo se remonta a mucho antes, incluso hasta la prehistoria, cuando
existía un "fuego comunitario", en latín focus publicus que era
protegido por un grupo selecto de la comunidad, en el caso de la mitología
grecorromana, las sacerdotisas o vírgenes vestales. Este fuego tenía la función
de servir como reemplazo del fuego hogareño cuando éste se apagaba, pues en la
Antigüedad, encender un fuego era una tarea sumamente dificultosa. A medida que
las sociedades fueron evolucionando, el focus publicus dejó de ser una fuente
de obtención de fuego para preparar los alimentos y calentarse en la noche,
sino que pasó a ser un sinónimo de hogar y familia, por lo menos eso ocurrió
con las sociedades griega y romana.
Se dice que las custodias del
fuego sagrado, que si se apagaba podía ocasionar desgracias para Roma, eran las
vírgenes o sacerdotisas vestales. Éstas eran elegidas cuando tenían entre siete
y diez años y no contaban con ningún defecto físico, ni ningún tipo de
imperfección. Al principio, cuando las primeras vestales fueron elegidas por
Eneas, éstas procedían de familia aristócrata, pero más tarde, cualquier niña
hija de romanos que poseyeran una ocupación honrada podía llegar a serlo. La
casa donde habitaban tenía el nombre de Aedes Vestae y era uno de los edificios
más lujosos de Roma.
Las vestales podían servir en el
templo de la diosa del fuego durante treinta años: los primeros diez como
discípulas, los siguientes como protectora de la llama y los últimos como
tutoras de las vestales más jóvenes. Pasadas estas décadas, podían contraer
matrimonio si así lo deseaban, aunque la mayoría de ellas prefería habitar
allí, donde eran tratadas con el mayor cuidado y vivían rodeadas de lujo. Ellas
debían permanecer siempre vírgenes, imitando el ejemplo de Vesta, quien nunca
renunció a su pureza. Si una sacerdotisa no cumplía con sus votos, se la mataba
de formas muy crueles.