martes, 15 de mayo de 2018

EL HARAKIRI


El harakiri (corte del vientre) es el suicidio ritual japonés por desentrañamiento. Era una práctica común entre los samuráis, que consideraban su vida como una entrega al honor de morir gloriosamente, rechazando cualquier tipo de muerte natural. Por eso, antes de ver su vida deshonrada por un delito o falta, recurrían con este acto a darse muerte. La práctica de seguir al amo en la muerte por medio del haraquiri es conocida como “oibara” o “tsuifuku”. El harakiri era una parte clave del bushidō, el código de los guerreros samurái.

El acto podía ser voluntario, usado por los guerreros para evitar caer en manos del enemigo o para expiar un fallo al código del honor, u obligatorio, por mandato de un señor feudal, shōgun o tribunal en caso de que un samurái cometiera un delito de asesinato, robo, corrupción, etc.

En tal caso, lo habitual era poner al acusado bajo la custodia de un daimyō de confianza, concediéndosele un plazo para la consumación del harakiri. De no producirse, el reo era automáticamente ejecutado. Lo normal era que se efectuase el harakiri en su debido tiempo, ya que la familia de un ejecutado heredaba su deshonor y era despojada del patrimonio a su cargo, lo que significaba perder la pertenencia a la casta samurái y prácticamente morir de hambre en muchos casos.

Previamente a ejecutar el harakiri se bebía sake y se componía un último poema de despedida llamado zeppitsu o yuigon, casi siempre sobre el dorso del tessen o abanico de guerra. En el fatídico momento, el practicante se situaba de rodillas en la posición seiza, se abría el kimono (habitualmente de color blanco, que aún hoy sólo visten los cadáveres), se metía las mangas del kimono bajo las rodillas para impedir que su cuerpo cayera indecorosamente hacia atrás al sobrevenirle la muerte; envolvía cuidadosamente la hoja del tantō (daga de unos 20 - 30 cm) en papel de arroz, ya que morir con las manos cubiertas de sangre era considerado deshonroso; y procedía a clavarse la daga en el abdomen.

El ritual completo consistía en clavarse el tantō por el lado izquierdo con el filo hacia la derecha; cortar hacia la derecha firmemente y volver al centro para terminar con un corte vertical hasta casi el esternón. Pero, naturalmente, esto resultaba demasiado doloroso y al mismo tiempo desagradable para el público. Fácilmente podía resultar en la salida de parte del paquete intestinal que se desparramaría por el suelo. Además el samurái no moría al instante, sino que sufría una agonía de varias horas. Puesto que ni el practicante de harakiri quería sufrir tanto, ni al público le apetecía contemplar ese macabro espectáculo, se ponía a disposición del practicante un ayudante en el suicidio, kaishaku en japonés. Este kaishaku era a menudo seleccionado para tal fin por el propio condenado. Numerosas veces era un amigo o un familiar. Su misión era permanecer de pie al lado del practicante y decapitarlo en el momento apropiado.

Ese momento solía ser establecido de antemano a voluntad del suicida. Lo más habitual era acordar una señal que tendría que dar el que se disponía a morir, tras la cual el ayudante actuaba con rapidez mortal. En la mayoría de los casos, las víctimas no llegaban a clavarse el tantō y el simple ademán de empuñar la daga y acercársela constituía la señal para el kaishaku. Algunos samuráis cuantificaban el valor de los practicantes del harakiri según lo lejos que habían llegado en la práctica de ritual antes de que el ayudante procediera a la decapitación, siendo considerados de excepcional valor los que llegaban a practicarse el corte vertical hacia el esternón.

Las mujeres nobles podían enfrentarse al suicidio por multitud de causas: para no caer en manos del enemigo, para seguir en la muerte a su marido o señor, al recibir la orden de suicidarse, etc. Técnicamente, el suicidio de una mujer no se considera harakiri o seppuku, sino suicidio a secas (en japonés jigai). La principal diferencia con el harakiri es que, en lugar de abrirse el abdomen, se practicaban un corte en el cuello, seccionándose la arteria carótida con una daga con hoja de doble filo llamada kaiken. Previamente, la mujer debía atarse con una cuerda los tobillos, muslos o rodillas, para no padecer la deshonra de morir con las piernas abiertas al caer.