El harakiri (corte del vientre)
es el suicidio ritual japonés por desentrañamiento. Era una práctica común
entre los samuráis, que consideraban su vida como una entrega al honor de morir
gloriosamente, rechazando cualquier tipo de muerte natural. Por eso, antes de
ver su vida deshonrada por un delito o falta, recurrían con este acto a darse
muerte. La práctica de seguir al amo en la muerte por medio del haraquiri es
conocida como “oibara” o “tsuifuku”. El harakiri era una parte clave del
bushidō, el código de los guerreros samurái.
El acto podía ser voluntario,
usado por los guerreros para evitar caer en manos del enemigo o para expiar un
fallo al código del honor, u obligatorio, por mandato de un señor feudal, shōgun
o tribunal en caso de que un samurái cometiera un delito de asesinato, robo,
corrupción, etc.
En tal caso, lo habitual era
poner al acusado bajo la custodia de un daimyō de confianza, concediéndosele un
plazo para la consumación del harakiri. De no producirse, el reo era
automáticamente ejecutado. Lo normal era que se efectuase el harakiri en su
debido tiempo, ya que la familia de un ejecutado heredaba su deshonor y era
despojada del patrimonio a su cargo, lo que significaba perder la pertenencia a
la casta samurái y prácticamente morir de hambre en muchos casos.
Previamente a ejecutar el
harakiri se bebía sake y se componía un último poema de despedida llamado
zeppitsu o yuigon, casi siempre sobre el dorso del tessen o abanico de guerra.
En el fatídico momento, el practicante se situaba de rodillas en la posición
seiza, se abría el kimono (habitualmente de color blanco, que aún hoy sólo
visten los cadáveres), se metía las mangas del kimono bajo las rodillas para
impedir que su cuerpo cayera indecorosamente hacia atrás al sobrevenirle la
muerte; envolvía cuidadosamente la hoja del tantō (daga de unos 20 - 30 cm) en
papel de arroz, ya que morir con las manos cubiertas de sangre era considerado
deshonroso; y procedía a clavarse la daga en el abdomen.
El ritual completo consistía en
clavarse el tantō por el lado izquierdo con el filo hacia la derecha; cortar
hacia la derecha firmemente y volver al centro para terminar con un corte
vertical hasta casi el esternón. Pero, naturalmente, esto resultaba demasiado
doloroso y al mismo tiempo desagradable para el público. Fácilmente podía
resultar en la salida de parte del paquete intestinal que se desparramaría por
el suelo. Además el samurái no moría al instante, sino que sufría una agonía de
varias horas. Puesto que ni el practicante de harakiri quería sufrir tanto, ni
al público le apetecía contemplar ese macabro espectáculo, se ponía a
disposición del practicante un ayudante en el suicidio, kaishaku en japonés.
Este kaishaku era a menudo seleccionado para tal fin por el propio condenado.
Numerosas veces era un amigo o un familiar. Su misión era permanecer de pie al
lado del practicante y decapitarlo en el momento apropiado.
Ese momento solía ser establecido
de antemano a voluntad del suicida. Lo más habitual era acordar una señal que
tendría que dar el que se disponía a morir, tras la cual el ayudante actuaba
con rapidez mortal. En la mayoría de los casos, las víctimas no llegaban a
clavarse el tantō y el simple ademán de empuñar la daga y acercársela
constituía la señal para el kaishaku. Algunos samuráis cuantificaban el valor
de los practicantes del harakiri según lo lejos que habían llegado en la
práctica de ritual antes de que el ayudante procediera a la decapitación,
siendo considerados de excepcional valor los que llegaban a practicarse el corte
vertical hacia el esternón.
Las mujeres nobles podían
enfrentarse al suicidio por multitud de causas: para no caer en manos del
enemigo, para seguir en la muerte a su marido o señor, al recibir la orden de
suicidarse, etc. Técnicamente, el suicidio de una mujer no se considera
harakiri o seppuku, sino suicidio a secas (en japonés jigai). La principal
diferencia con el harakiri es que, en lugar de abrirse el abdomen, se
practicaban un corte en el cuello, seccionándose la arteria carótida con una
daga con hoja de doble filo llamada kaiken. Previamente, la mujer debía atarse
con una cuerda los tobillos, muslos o rodillas, para no padecer la deshonra de
morir con las piernas abiertas al caer.