Si hay un
peligro mortal ante nosotros, el amor exige que quienes lo saben alerten a
todos cuanto antes. El infierno es no sólo un peligro mortal sino también
eterno. Es en realidad la desgracia total y definitiva que nos puede ocurrir.
“El que desprecia el infierno o lo olvida, no escapará de él”. San Juan
Crisóstomo. Dios es amor. "Dios quiere que nadie perezca, sino que todos
lleguen a la conversión". Por ese amor infinito envió a su único Hijo,
Quien se hizo hombre y murió por nuestra salvación. Pero si no nos convertimos
a Él en el tiempo limitado que tenemos en la tierra, si nos obstinamos en
seguir viviendo en pecado mortal, entonces iremos al infierno.
No podremos culpar a Dios. Él ya lo
hizo nos abrió las puertas del cielo. Pero no nos forzará a entrar. Los que
niegan el infierno no conocen la Palabra de Dios. Se dejan llevar por un mundo
que se burla u opta por ignorar las realidades más importantes. Pero les
ocurrirá como a los compatriotas de Noé que se reían mientras el construía el
arca para sobrevivir el diluvio. Todos los que se burlan también morirán y no
podrán escapar la realidad.
El temor al
infierno. Los cristianos no debemos basar nuestra buena conducta en miedo del
infierno sino en el amor a Dios. Pero es saludable recordar que hay un justo
castigo. El temor nos ayuda a evitar aquello que nos causa daño. En momentos de
ceguera y debilidad, cuando la tempestad de la tentación es recia, pensar en el
infierno es saludable y provechoso, como también debemos pensar en el amor de
Dios. El cristiano debe reconocer la realidad. El temor es parte de la realidad
humana que debemos saber integrar sanamente en nuestra persona. Ignorar una
realidad que tememos solo logra postergarla hasta que esta ya no se pueda
esconder y entonces nos invade y domina.
JESUCRISTO HABLÓ CLARAMENTE DEL
INFIERNO. EN EL NUEVO TESTAMENTO SE LE
LLAMA "GEHENNA"
Mateo 5:22 Pues yo os digo: Todo aquel
que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que
llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le
llame "renegado", será reo de la Gehenna de fuego.
Mateo 5:29 Si, pues, tu ojo derecho te
es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda
uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehenna.
Mateo 10:28 «Y no temáis a los que
matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede
llevar a la perdición alma y cuerpo en la Gehenna.
Mateo 23:33 ¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a
escapar a la condenación de la Gehenna?
Santiago 3:6 Y la lengua es fuego, es
un mundo de iniquidad; la lengua, que es uno de nuestros miembros, contamina
todo el cuerpo y, encendida por la Gehenna, prende fuego a la rueda de la vida
desde sus comienzos.
Von Balthasar y Addrienne Von Speyr
describieron el infierno como el estado del hombre que experimenta una terrible
e infinita soledad y falta de felicidad por haberse separado de Dios.
EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
1033 Salvo que elijamos libremente
amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos
gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos:
"Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es
un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en
él" (1 Jn. 3,15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él
sí omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que
son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar
arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer
separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado
de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados
es lo que se designa con la palabra "infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia de la
"Gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,
22.29; 13, 42.50; Mc 9, 43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida
rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el
cuerpo (cf Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus
ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al
horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:"
¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma
la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en
estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la
muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf DS
76; 409; 411; 80 1; 858; 1002; 135 1; 1575; SPF 12). La pena principal del
infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede
tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que
aspira.
1036 Las afirmaciones de la Escritura y
las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la
responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con
su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la
conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y
espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por
ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!;
y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14):
Como no sabemos
ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar
continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la
tierra, mereceremos entrar con El en la boda y ser contados entre los santos y
no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las
tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes" (LG
48).
1037 Dios no predestina a nadie a ir al
infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión
voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la
liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia
implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que
todos lleguen a la conversión" (2 P 3:9).
EL INFIERNO
(Tomado de Manual de Teología Dogmática por
Ludwig Ott).
I. LA REALIDAD DEL INFIERNO. Las almas
de los que mueren en estado de pecado mortal van al infierno (dogma de fe). El
infierno es un lugar y estado de eterna desdicha en que se hallan las almas de
los réprobos. La existencia del infierno fue impugnada por diversas sectas, que
suponían la total aniquilación de los impíos después de su muerte o del juicio
universal. También la negaron todos los adversarios de la inmortalidad personal
(materialismo).
El símbolo Quicumque confiesa: «Y los
que (obraron) mal irán al fuego eterno»; Dz 40. El Papa Benedicto XII declaró
en su constitución dogmática Benedictus Deus: «Según la común ordenación de
Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal, inmediatamente después de
la muerte, bajan al infierno, donde son atormentadas con suplicios infernales»;
Dz. 531; cf. Dz. 429, 464, 693, 835, 840.
El Antiguo Testamento no habla con
claridad sobre el castigo de los impíos, sino en sus libros más recientes.
Según Dan 12, 2, los impíos resucitarán para «eterna vergüenza y oprobio».
Según Judith 16, 20s, el Señor, el Omnipotente, tomará venganza de los enemigos
de Israel y los afligirá en el día del juicio: «El Señor omnipotente los
castigará en el día del juicio, dando al fuego y a los gusanos sus carnes, para
que se abrasen y lo sientan para siempre»; cf. Is 66, 24. Según Sap 4, 19, los
impíos «serán entre los muertos en el oprobio sempiterno», «serán sumergidos en
el dolor y perecerá su memoria» cf. 3, 10; 6, 5 ss.
Jesús amenaza a los pecadores con el
castigo del infierno. Le llama Gehenna (Mt 5, 29 s; 10, 28; 23, 15 y 33; Mc 9,
43, 45 y 47), Gehenna de fuego (Mt 5, 22; 18, 9), Gehenna donde el gusano no
muere ni el fuego se extingue (Mc 9, 46 s), fuego eterno (Mt 25, 41), fuego
inextinguible (Mt 3, 12; Mc 9, 42), horno de fuego (Mt 13,42 y 50), suplicio
eterno (Mt 25, 46). Allí hay tinieblas (Mt 8, 12; 22, 13; 25, 30), aullidos y
rechinar de dientes (Mt 13, 42 y 50; 24, 51; Lc. 13, 28).
San Pablo da el siguiente testimonio:
«Esos [los que no conocen a Dios ni obedecen el Evangelio] serán castigados a
eterna ruina, lejos de la faz del Señor y de la gloria de su poder» (2 Tes. 1,
9; cf. Rom. 2, 6-9; Heb. 10, 26-31). Según Ap. 21, 8, los impíos «tendrán su
parte en el estanque que arde con fuego y azufre»; allí serán atormentados día
y noche por los siglos de los siglos» (20, 10; cf. 2 Pe 2, 6; 7).
Los Padres dan
testimonio unánime de la realidad del infierno:
Según SAN IGNACIO DE ANTIOQUIA, todo aquel
que «por su pésima doctrina corrompiere la fe de Dios por la cual fue
crucificado Jesucristo, irá al fuego inextinguible, él y los que le escuchan»
(Ef 16, 2).
SAN JUSTINO fundamenta el castigo del
infierno en la idea de la justicia divina, la cual no deja impune a los
transgresores de la ley (Apol. II 9); cf. Apol. I 8, 4; 21, 6; 28, 1; Martyrium
Polycarpi 2, 3; 11, 2; San Ireneo, Adv. Haer. iv, 28, 2.
II. NATURALEZA DEL SUPLICIO DEL INFIERNO.
La escolástica distingue dos elementos en el suplicio del infierno: la pena de
daño (suplicio de privación) y la pena de sentido (suplicio para los sentidos).
La primera corresponde al apartamiento voluntario de Dios que se realiza por el
pecado mortal; la otra, a la conversión desordenada a la criatura.
La pena de daño,
que constituye propiamente la esencia del castigo del infierno, consiste en
verse privado de la visión beatífica de Dios; cf. Mt 25, 41 : «¡Apartaos de mí,
malditos!»; Mt 25, 12: «No os conozco»; 1 Cor. 6, 9: «¿ No sabéis que los
injustos no poseerán el reino de Dios?»; Lc. 13, 27; 14, 24; Ap. 22, 15; (San
Agustín, Enchir, 112).
La pena de
sentido consiste en los tormentos causados externamente por medios sensibles
(es llamada también pena positiva del infierno). La Sagrada Escritura habla con
frecuencia del fuego del infierno, al que son arrojados los condenados; designa
al infierno como un lugar donde reinan los alaridos y el crujir de dientes...
imagen del dolor y la desesperación.
El fuego del
infierno fue entendido en sentido metafórico por algunos padres (como Orígenes
y San Gregorio Niseno) y algunos teólogos posteriores, los cuales interpretaban
la expresión «fuego» como imagen de los dolores puramente espirituales, -sobre
todo, del remordimiento de la conciencia- que experimentan los condenados. El
magisterio de la Iglesia no ha condenado esta sentencia, pero la mayor parte de
los padres, los escolásticos y casi todos los teólogos modernos suponen la
existencia de un fuego físico o agente de orden material, aunque insisten en
que su naturaleza es distinta de la del fuego actual.
La acción del
fuego físico sobre seres puramente espirituales la explica SANTO TOMÁS
-siguiendo el ejemplo de San Agustín y San Gregorio Magno - como sujeción de los
espíritus al fuego material, que es instrumento de la justicia divina. Los
espíritus quedan sujetos de esta manera a la materia, no disponiendo de libre
movimiento; Suppl. 70, 3.
III. PROPIEDADES DEL INFIERNO:
A. Eternidad. Las penas del infierno
duran toda la eternidad (dogma de fe). El Concilio IV de Letrán (1215) declaró:
«Aquellos [los réprobos] recibirán con el diablo suplicio eterno» Dz 429; cf.
Dz 40, 835, 840.
La Sagrada
Escritura pone a menudo de relieve la eterna duración de las penas del
infierno, pues nos habla de «eterna vergüenza y confusión» (Dan 12, 2; cf. Sap.
4, 19), de «fuego eterno> (Judith 16, 21; Mt 18, 8; 25, 41;), de «suplicio
eterno» (Mt 25, 46), de «ruina eterna» (2 Tes 1, 9). El epíteto «eterno» no
puede entenderse en el sentido de una duración muy prolongada, pero a fin de
cuentas limitada. Así lo prueban los lugares paralelos en que se habla de
«fuego inextinguible» (Mt: 3, 12; Mc 9, 42) o de la «gehenna, donde el gusano
no muere ni el fuego se extingue» (Mc 9,46 s), e igualmente lo evidencia la
antítesis «suplicio eterno - vida eterna» en Mt 25, 46. Según Ap 14, 11 (19,
3), «el humo de su tormento [de los condenados] subirá por los siglos de los
siglos», es decir, sin fin; (cf. Ap 20, 10).
La «restauración
de todas las cosas», de la que se nos habla en Hechos 3, 21, no se refiere a la
suerte de los condenados, sino a la renovación del mundo que tendrá lugar con
la segunda venida de Cristo. Los padres, antes de Orígenes, testimoniaron con
unanimidad la eterna duración de las penas del infierno: cf. San Ignacio de
Antioquía, Eph. 16, 2, San Justino, Apol. 1 28, 1; Martyrium Polycarpi 2, 3;
11, 2; San Ireneo, Adv. Haer. IV 28, 2; Tertuliano, De poenit. 12.
La negación de
Orígenes tuvo su punto de partida en la doctrina platónica de que el fin de
todo castigo es la enmienda del castigado. SAN AGUSTíN sale en defensa de la
infinita duración de las penas del infierno, contra los origenistas y los
«misericordiosos» que en atención a la misericordia divina enseñaban la
restauración de los cristianos fallecidos en pecado mortal; cf. De civ. Dei xxi
23; Ad Orosium 6, 7; Enchir. 112.
La verdad
revelada nos obliga a suponer que la voluntad de los condenados está obstinada
inconmoviblemente en el mal y que por eso es incapaz de verdadera penitencia.
Tal obstinación se explica por rehusar Dios, a los condenados, toda gracia para
convertirse.
¿Por qué razón las penas del infierno son
eternas? Dice Santo Tomás: “La pena del pecado mortal es eterna, porque por
él se peca contra Dios, que es infinito. Y como la pena no puede ser infinita
en su intensidad, puesto que la criatura no es capaz de cualidad alguna
infinita, se requiere que, por lo menos, sea de duración infinita” (45).]
B. Desigualdad. La cuantía de la pena
de cada uno de los condenados es diversa según el diverso grado de su culpa (de
sentido común). Los concilios de Lyón y Florencia declararon que las almas de
los condenados son afligidas con penas desiguales, Dz. 464, 693. Probablemente
esto no se refiere únicamente a la diferencia específica entre el castigo del
solo pecado original y el castigo por pecados personales, sino que también
quiere darnos a entender la diferencia gradual que hay entre los castigos que
se dan por los distintos pecados personales.
Jesús amenaza a
los habitantes de Corozaín y Betsaida asegurando, que por su impenitencia, han
de tener un castigo mucho más severo que los habitantes de Tiro y Sidón; Mt 11,
22. Los escribas tendrán un juicio más severo; Lc. 20, 47.
SAN AGUSTÍN nos enseña: «La desdicha
será más soportable a unos condenados que a otros» (Enchir. III). La justicia
exige que la magnitud del castigo corresponda a la gravedad de la culpa.
VISIÓN DEL INFIERNO DE SANTA FAUSTINA KOWALSKA,
SEGÚN LO ESCRIBIÓ EN SU DIARIO
"Hoy, fui
llevada por un ángel a las profundidades del infierno. Es un lugar de gran
tortura; ¡qué imponentemente grande y extenso es! Los tipos de torturas que vi:
la primera que constituye el infierno es la pérdida de Dios; la segunda es el
eterno remordimiento de conciencia; la tercera es que la condición de uno nunca
cambiará; (160) la cuarta es el fuego que penetra el alma sin destruirla; es un
sufrimiento terrible, ya que es un fuego completamente espiritual, encendido
por el enojo de Dios; la quinta tortura es la continua oscuridad y un terrible
olor sofocante y, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los
condenados se ven unos a otros y ven todo el mal, el propio y el del resto; la
sexta tortura es la compañía constante de Satanás; la séptima es la horrible
desesperación, el odio de Dios, las palabras viles, maldiciones y blasfemias.
Éstas son las torturas sufridas por todos los condenados juntos, pero ése no es
el extremo de los sufrimientos. Hay torturas especiales destinadas para las
almas particulares. Éstos son los tormentos de los sentidos. Cada alma padece
sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la forma en que ha
pecado. Hay cavernas y hoyos de tortura donde una forma de agonía difiere de
otra. Yo me habría muerto ante la visión de estas torturas si la omnipotencia
de Dios no me hubiera sostenido.
Debe el pecador
saber que será torturado por toda la eternidad, en esos sentidos que suele usar
para pecar. (161) Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna
alma pueda encontrar una excusa diciendo que no hay ningún infierno, o que
nadie ha estado allí, y que por lo tanto nadie puede decir cómo es. Yo, Sor
Faustina, por orden de Dios, he visitado los abismos del infierno para que
pudiera hablar a las almas sobre él y para testificar sobre su existencia. No
puedo hablar ahora sobre él; pero he recibido una orden de Dios de dejarlo por
escrito. Los demonios estaban llenos de odio hacia mí, pero tuvieron que
obedecerme por orden de Dios. Lo que he escrito es una sombra pálida de las
cosas que vi. Pero noté una cosa: que la mayoría de las almas que están allí
son de aquéllos que descreyeron que hay un infierno. Cuando regresé, apenas
podía recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! Por
consiguiente, oro aun más fervorosamente por la conversión de los pecadores.
Suplico continuamente por la misericordia de Dios sobre ellos.
Oh mi Jesús,
preferiría estar en agonía hasta el fin del mundo, entre los mayores
sufrimientos, antes que ofenderte con el menor de los pecados".
¿COMO SE ENTIENDE LA AUSENCIA DE DIOS EN EL
INFIERNO SI DIOS ESTA EN TODAS PARTES?
El infierno no
ocurre por la ausencia de Dios sino porque el hombre se autoexcluye
definitivamente de la comunión con Dios.
Dios sostiene en vida a todos los condenados. Sin Dios nada puede
existir. Dios está en todas partes pero
no es amado en todas partes. El infierno no es por ausencia de Dios sino por la
falta de comunión con Él. (Fuente: corazones.org)