En el siglo XX,
después del descubrimiento de las ruinas de Machu Picchu, en 1911, y de la
tumba de Tutankamón, en 1922, ningún otro resto arqueológico ha conmovido el
mundo científico ni ha despertado tanta curiosidad entre el público como el
hallazgo de la cámara funeraria del Señor de Sipán, catalogado como el más
importante de las últimas décadas. Marcó un importante hito en la arqueología
del continente americano porque, por primera vez, se halló intacto y sin
huellas de saqueos, un entierro real de una civilización peruana anterior a los
Incas. Su descubrimiento se realizó en el centro poblado de Sipán, llamado Siec
en el extinto idioma mochica.
Se encuentra en
la parte norte de la costa peruana, en el valle de Lambayeque, a 35 kilómetros
al este de la ciudad de Chiclayo. Perteneció a la cultura Mochica que rendía
culto al dios Ai Apaec como divinidad principal, aunque también adoraron al mar
y la Luna. Sin embargo su origen está aún en discusión debido a que el
historiador japonés Izumi Shimada le atribuye un nuevo origen, a otra cultura
distinta a la mochica; normalmente se le atribuye de la cultura Lambayeque,
aunque muchas personas confunden este origen, al estar situados prácticamente
en la misma zona (valle de moche). Se diferencian estas culturas por la
orfebrería y la clase y refinado del trabajo que realizaron, además se trataría
del dios Naylamp.
“En abril de
1987 -dice el doctor Walter Alva-, arqueólogos y estudiantes del Museo Bruning,
dirigidos por el autor, iniciamos un trabajo de rescate arqueológico en una
antigua plataforma de adobe emplazada delante de dos grandes construcciones
piramidales, de más de 30 m de altura que emergen entre los campos de caña de
azúcar, cerca del pueblo de Sipán, en el valle de Lambayeque. Estos monumentos
que pertenecen a la Cultura Mochica, debieron constituir en su época un
importante santuario religioso que venía siendo depredado.
Nuestra intervención,
después de detener el saqueo, inició la excavación científica en la plataforma
que condujo, unas semanas más tarde, a uno de los descubrimientos más
fascinantes e importantes de la arqueología americana: la cámara funeraria
intacta de un señor moche. Por primera vez un gobernante del antiguo Perú
mostraba su esplendorosa magnificencia e invalorable información sobre la
organización social, religión, tecnología y sistema de vida de la época".
Las tareas de
excavación duraron diez meses. Las primeras semanas fueron de arduo trabajo
físico para retirar miles de toneladas de tierra, antes de llegar al primer
compartimento preínca. Las siguientes semanas fueron de una diaria familiaridad
con la sorpresa porque las espátulas y las escobillas, manejadas por diestras
manos, acercaban a los arqueólogos al mundo del pasado. Una excitación
científica colectiva se apoderó de la expedición los últimos días de la
excavación cuando arribaron a la "cámara real", aquella donde estaba
enterrado el más poderoso de los señores de Lambayeque. Al descubrirlo,
sintieron una sublime exultación. Los primeros indicios de tesoros ocultos en
Sipán fueron algunos adornos y vasijas de barro, así como un impresionante
cetro ceremonial.
LOS TESOROS GUARDADOS POR LAS PIRÁMIDES
Las dos
pirámides de barro emergen en Sipán a manera de desérticas colinas, mientras
sus bases besan las verdes llanuras, sembradas de caña de azúcar. Hace casi dos
mil años, el paisaje de ese sector del valle de Lambayeque era una mezcla de
barro y cultivos. La diferencia con el de ahora es que el hombre mochica había
hecho que el barro se convirtiera en fastuosas edificaciones, donde vivían y
morían los miembros de la más alta estirpe de los "señoríos
mochicas". Éstos eran dueños y rectores de todo lo que pasaba en sus
extensas zonas agrícolas que, así como hoy, mirados desde sus palacios, se
pierden en lontananza. Dichos "señores" dejaron sus huellas y no
permitieron sino hasta el año 1987 que la humanidad se entere cómo vivieron.
EL RECINTO CENTRAL Y LA CÁMARA REAL
La excavación en
el nivel central posibilitó el hallazgo de un recinto de 1,30 por 2,80 m donde
había: 1150 piezas de cerámica con restos de alimentos, cuatro coronas de
cobre, huesos de llamas y el esqueleto de un hombre. Al este de la pirámide se
halló un relleno cuadrangular, delimitado por adobes cortados. Al ser excavado
en uno de sus lados, apareció el esqueleto de un joven guardián, portando un
escudo de cobre sobre el antebrazo. Sus pies estaban amputados, para que tenga
"la obligación de permanecer para siempre en su puesto". Era el
singular indicio de que se hallaría una tumba intacta.
En efecto, la
tumba era un recinto de 5 m por lado, techado con 17 vigas paralelas que
soportaban antaño los sedimentos exteriores. Para proteger un ataúd de madera
se habían colocado ocho ribetes metálicos, que delimitan un espacio de 2,20m
por 1,25m. "Bajo la tensa atmósfera -dice el Dr. Alva- que reinaba en el
ambiente, quedamos todos estupefactos cuando apareció el perfecto y enérgico
rostro en miniatura de un hombrecito de oro. El arqueólogo Luis Chero, mi
asistente inmediato, convino conmigo para llamar al personaje que veíamos
resucitando de su largo reposo: Señor de Sipán". Los objetos que se
contaron y seleccionaron fueron los siguientes:
- Dos pares de orejeras de oro y turquesa, a ambos lados del cráneo.
- Tres lanzas agudas y discos de cobre en la parte central del esqueleto, donde se halló también un lingote de oro sólido.
- Sandalias de cobre que cubrían los pies del señor.
- El fardo funerario había sido cubierto con mantos de algodón y recamado con finas placas de cobre dorado. A su alrededor se hallaban muchas conchas de spondylus procedentes del golfo de Guayaquil.
- Sobre los huesos de la cara, se encontró dos ojos, una nariz, un protector del mentón, narigueras y otros adornos del cráneo, todos ellos hechos de oro y piedras semipreciosas.
- Once pectorales estaban hechos de cuentas cilíndricas de concha roja, blanca y anaranjada, los que cubrían el pecho, las piernas y el torso del esqueleto.
- Habían cientos de cuentas de turquesa en los brazaletes del señor.
- Estaban puestos sobre el pecho 20 frutos metálicos de maní, de los cuales 10 eran de oro y 10 de plata. Los primeros estaban a su lado derecho.
- Un lingote de oro en la mano derecha del esqueleto y otro de cobre en la izquierda. La derecha sujetaba también un cetro de oro, con un alto relieve donde se ve el degollamiento de un guerrero enemigo. Su mano izquierda sostenía un cetro de similar configuración, pero fabricado de cobre.
- Dieciséis discos convexos de oro descansaban directamente sobre el pecho.
- A la altura de la garganta, se hallaba un collar con 71 esferas de oro en degradé. Más abajo, sobre el vientre, había un cuchillo de oro a la derecha y uno de cobre a la izquierda.
- Los huesos del señor estaban astillados o desintegrados. Los arqueólogos procedieron a armarlos y endurecerlos con capas de resina acrílica.
- Debajo del esqueleto apareció una gran diadema semilunar de oro. Es:"... una hoja de 62 cm de ancho y 42 cm de altura que sólo aparecía en la iconografía mochica, relacionada a los personajes de la más alta investidura, que acaparan honores y ofrendas".
- Debajo del camastro había dos sonajas semicirculares de oro, con la mitológica figura de "El Degollador".
- Se encontró también una de las joyas más espectaculares: un protector coxal de oro de 45 cm de alto y 790 gramos de peso.
- Otro protector similar era de cobre.
- Este rico señor de 35 años de edad no había sido enterrado solo. Lo acompañaban dos mujeres jóvenes de apenas 20 años, sus esposas o favoritas y que, probablemente, fueron enterradas vivas. Además había dos esqueletos de varones, uno de los cuales era el de un guerrero y tenía entre sus piernas el esqueleto de un perro. Más alejados, se encontraban los restos de una mujer, de un niño de diez años y dos llamas.
- En cinco hornacinas que había en tres de los lados de la cámara real, se hallaron 212 vasijas de cerámica con restos de alimentos: "la comida para la vida futura".
NUEVOS HALLAZGOS
Tumba del Sacerdote: La tumba de un
sacerdote mochica fue la segunda cámara funeraria en ser encontrada. Se trataba
de un personaje de menor linaje, el que había sido enterrado en la compañía de
un guardián, de cuatro personas más y de un perro. Este sacerdote, por los
análisis de ADN efectuados, fue contemporáneo al Señor de Sipán. En las piezas
que le acompañaban destacan, como símbolos religiosos como el sol y la luna, la
copa o el cuenco destinados a los sacrificios, una corona de cobre bañado en
oro adornada con un búho con sus alas extendidas y otros elementos para el
culto a la Luna y el Sol. El doctor Alva dice sobre dicho hallazgo que:
"... tal parece que estamos rescatando los integrantes de la élite que
podrían constituir una llave para conocer esta compleja sociedad".
El viejo Señor de Sipán: En el lado sur
de la pirámide se ha excavado otra tumba intacta, a 6 m. de profundidad,
ligeramente más pequeña que la anterior. Se encontró un esqueleto, 54 objetos
de oro y otros ornamentos de cobre y piedras semipreciosas. Entre los objetos
de oro, sobresalen un collar con la representación de 10 arañas de oro, otro
con 10 felinos, 10 sonajeras o "chalchalcas" y varias narigueras. Fue
sepultado junto a una mujer joven y a una llama. Sin embargo, por los mismos
análisis de ADN, se ha probado que con diferencia de cuatro generaciones, el
Viejo Señor de Sipán era un antepasado directo del mismo Señor de Sipán, por lo
que se podría pensar en una alta jerarquía hereditaria.
SIGNIFICADO ETNOHISTÓRICO DEL SEÑOR DE
SIPÁN
Los restos del
Señor de Sipán nos han trasladado a 1700 años atrás, aproximadamente. El valor
de sus joyas y otros artefactos encontrados en su tumba es incalculable. Pero,
mucho más rico es haberlo hallado en su primigenia tumba, porque ello permitirá
desentrañar el modo de vida de los mochicas, una de las grandes culturas
preincaicas. Por su importancia actual, el Señor de Sipán ya ha sido trasladado
a varios sitios del mundo. Estuvo en Alemania para su restauración y en Estados
Unidos, estuvo de museo en museo para ser observado, estudiado y admirado.
Sonajera de oro con la representación de un dios alado, con un tumi en su mano derecha; y en la izquierda, una cabeza humana decapitada. |
Mascarilla de oro con incrustaciones de plata y lapislázuli en los ojos. |
Para que dichas
visitas tengan la solemnidad del caso, es acompañado por una condecoración
impuesta por el gobierno peruano, lo que significa un reconocimiento actual a
uno de los grandes pobladores del pasado. Los restos del Señor de Sipán
descansan en el recién inaugurado (2002) Museo Tumbas Reales de Sipán de
Lambayeque, donde se ha hecho una réplica de su tumba original.
EL FIEL COMPAÑERO DE LA NOBLEZA PREINCA
En las antiguas
tumbas andinas, los arqueólogos han encontrado las momias de los nobles siempre
acompañadas de todo aquello que les podía “servir en el más allá”. Por
supuesto, el noble era enterrado con más cosas cuanto más rico había sido en la
tierra. Por ejemplo, los reyes, como el Señor de Sipán, fueron enterrados con
sus mujeres, guerreros, animales, joyas, ceramios, textiles, etc. Menos cosas
se han hallado en las tumbas de los nobles de jerarquía inferior. Pero, el
esqueleto del perro siempre ha sido un distintivo común. El tipo de perro que
principalmente criaron los nobles de la época preincaica es el llamado “perro
de cola larga”, de color blanco o negro con manchas marrones. Se le puede
comparar con el actual “perro chusco”. Tenía un promedio de vida de doce años.
Era de colmillos grandes, básicamente carnívoro y se alimentaba de los restos
de los animales que se cazaban.
Justamente, por
su carácter agresivo, fue utilizado para la caza, principalmente de venados.
Había sido adiestrado para acorralarlos. Luego, sus amos se encargaban de matar
la presa con flechas y cuchillos. El perro vivió junto al hombre andino desde
los primeros asentamientos humanos. Durante el Precerámico el perro fue
domesticado por los primeros cazadores del Ande y se desplazaba junto a sus
amos en búsqueda de presas. Al período Poémape pertenecen los esqueletos de
perros hallados en las tumbas de la nobleza de la cultura Cupisnique.
Las huellas de
perros en barro fresco encontradas en las excavaciones de las tumbas en el
valle de Saña pertenecen al período Purulen. Las primeras representaciones del
perro en esculturas pertenecen a la cultura Moche, donde ya se había
constituido como “guardián y compañero de nobles y sacerdotes”. Pero, en épocas
posteriores, este “perro de cola larga” fue reemplazado por el “perro sin pelo”
o “perro chino”. Sus funciones cambiaron y se le utilizó más en el hogar que en
la cacería. (Por Lucero Yrigoyen M.Q.)