martes, 29 de mayo de 2018

SEÑOR DE SIPAN

En el siglo XX, después del descubrimiento de las ruinas de Machu Picchu, en 1911, y de la tumba de Tutankamón, en 1922, ningún otro resto arqueológico ha conmovido el mundo científico ni ha despertado tanta curiosidad entre el público como el hallazgo de la cámara funeraria del Señor de Sipán, catalogado como el más importante de las últimas décadas. Marcó un importante hito en la arqueología del continente americano porque, por primera vez, se halló intacto y sin huellas de saqueos, un entierro real de una civilización peruana anterior a los Incas. Su descubrimiento se realizó en el centro poblado de Sipán, llamado Siec en el extinto idioma mochica.

Se encuentra en la parte norte de la costa peruana, en el valle de Lambayeque, a 35 kilómetros al este de la ciudad de Chiclayo. Perteneció a la cultura Mochica que rendía culto al dios Ai Apaec como divinidad principal, aunque también adoraron al mar y la Luna. Sin embargo su origen está aún en discusión debido a que el historiador japonés Izumi Shimada le atribuye un nuevo origen, a otra cultura distinta a la mochica; normalmente se le atribuye de la cultura Lambayeque, aunque muchas personas confunden este origen, al estar situados prácticamente en la misma zona (valle de moche). Se diferencian estas culturas por la orfebrería y la clase y refinado del trabajo que realizaron, además se trataría del dios Naylamp.

“En abril de 1987 -dice el doctor Walter Alva-, arqueólogos y estudiantes del Museo Bruning, dirigidos por el autor, iniciamos un trabajo de rescate arqueológico en una antigua plataforma de adobe emplazada delante de dos grandes construcciones piramidales, de más de 30 m de altura que emergen entre los campos de caña de azúcar, cerca del pueblo de Sipán, en el valle de Lambayeque. Estos monumentos que pertenecen a la Cultura Mochica, debieron constituir en su época un importante santuario religioso que venía siendo depredado.

Nuestra intervención, después de detener el saqueo, inició la excavación científica en la plataforma que condujo, unas semanas más tarde, a uno de los descubrimientos más fascinantes e importantes de la arqueología americana: la cámara funeraria intacta de un señor moche. Por primera vez un gobernante del antiguo Perú mostraba su esplendorosa magnificencia e invalorable información sobre la organización social, religión, tecnología y sistema de vida de la época".

Las tareas de excavación duraron diez meses. Las primeras semanas fueron de arduo trabajo físico para retirar miles de toneladas de tierra, antes de llegar al primer compartimento preínca. Las siguientes semanas fueron de una diaria familiaridad con la sorpresa porque las espátulas y las escobillas, manejadas por diestras manos, acercaban a los arqueólogos al mundo del pasado. Una excitación científica colectiva se apoderó de la expedición los últimos días de la excavación cuando arribaron a la "cámara real", aquella donde estaba enterrado el más poderoso de los señores de Lambayeque. Al descubrirlo, sintieron una sublime exultación. Los primeros indicios de tesoros ocultos en Sipán fueron algunos adornos y vasijas de barro, así como un impresionante cetro ceremonial.

LOS TESOROS GUARDADOS POR LAS PIRÁMIDES

Las dos pirámides de barro emergen en Sipán a manera de desérticas colinas, mientras sus bases besan las verdes llanuras, sembradas de caña de azúcar. Hace casi dos mil años, el paisaje de ese sector del valle de Lambayeque era una mezcla de barro y cultivos. La diferencia con el de ahora es que el hombre mochica había hecho que el barro se convirtiera en fastuosas edificaciones, donde vivían y morían los miembros de la más alta estirpe de los "señoríos mochicas". Éstos eran dueños y rectores de todo lo que pasaba en sus extensas zonas agrícolas que, así como hoy, mirados desde sus palacios, se pierden en lontananza. Dichos "señores" dejaron sus huellas y no permitieron sino hasta el año 1987 que la humanidad se entere cómo vivieron.

EL RECINTO CENTRAL Y LA CÁMARA REAL

La excavación en el nivel central posibilitó el hallazgo de un recinto de 1,30 por 2,80 m donde había: 1150 piezas de cerámica con restos de alimentos, cuatro coronas de cobre, huesos de llamas y el esqueleto de un hombre. Al este de la pirámide se halló un relleno cuadrangular, delimitado por adobes cortados. Al ser excavado en uno de sus lados, apareció el esqueleto de un joven guardián, portando un escudo de cobre sobre el antebrazo. Sus pies estaban amputados, para que tenga "la obligación de permanecer para siempre en su puesto". Era el singular indicio de que se hallaría una tumba intacta.


En efecto, la tumba era un recinto de 5 m por lado, techado con 17 vigas paralelas que soportaban antaño los sedimentos exteriores. Para proteger un ataúd de madera se habían colocado ocho ribetes metálicos, que delimitan un espacio de 2,20m por 1,25m. "Bajo la tensa atmósfera -dice el Dr. Alva- que reinaba en el ambiente, quedamos todos estupefactos cuando apareció el perfecto y enérgico rostro en miniatura de un hombrecito de oro. El arqueólogo Luis Chero, mi asistente inmediato, convino conmigo para llamar al personaje que veíamos resucitando de su largo reposo: Señor de Sipán". Los objetos que se contaron y seleccionaron fueron los siguientes:

  • Dos pares de orejeras de oro y turquesa, a ambos lados del cráneo.
  • Tres lanzas agudas y discos de cobre en la parte central del esqueleto, donde se halló también un lingote de oro sólido.
  • Sandalias de cobre que cubrían los pies del señor.
  • El fardo funerario había sido cubierto con mantos de algodón y recamado con finas placas de cobre dorado. A su alrededor se hallaban muchas conchas de spondylus procedentes del golfo de Guayaquil.
  • Sobre los huesos de la cara, se encontró dos ojos, una nariz, un protector del mentón, narigueras y otros adornos del cráneo, todos ellos hechos de oro y piedras semipreciosas.
  • Once pectorales estaban hechos de cuentas cilíndricas de concha roja, blanca y anaranjada, los que cubrían el pecho, las piernas y el torso del esqueleto.
  • Habían cientos de cuentas de turquesa en los brazaletes del señor.
  • Estaban puestos sobre el pecho 20 frutos metálicos de maní, de los cuales 10 eran de oro y 10 de plata. Los primeros estaban a su lado derecho.
  • Un lingote de oro en la mano derecha del esqueleto y otro de cobre en la izquierda. La derecha sujetaba también un cetro de oro, con un alto relieve donde se ve el degollamiento de un guerrero enemigo. Su mano izquierda sostenía un cetro de similar configuración, pero fabricado de cobre.
  • Dieciséis discos convexos de oro descansaban directamente sobre el pecho.
  • A la altura de la garganta, se hallaba un collar con 71 esferas de oro en degradé. Más abajo, sobre el vientre, había un cuchillo de oro a la derecha y uno de cobre a la izquierda.
  • Los huesos del señor estaban astillados o desintegrados. Los arqueólogos procedieron a armarlos y endurecerlos con capas de resina acrílica.
  • Debajo del esqueleto apareció una gran diadema semilunar de oro. Es:"... una hoja de 62 cm de ancho y 42 cm de altura que sólo aparecía en la iconografía mochica, relacionada a los personajes de la más alta investidura, que acaparan honores y ofrendas".
  • Debajo del camastro había dos sonajas semicirculares de oro, con la mitológica figura de "El Degollador".
  • Se encontró también una de las joyas más espectaculares: un protector coxal de oro de 45 cm de alto y 790 gramos de peso.
  • Otro protector similar era de cobre.
  • Este rico señor de 35 años de edad no había sido enterrado solo. Lo acompañaban dos mujeres jóvenes de apenas 20 años, sus esposas o favoritas y que, probablemente, fueron enterradas vivas. Además había dos esqueletos de varones, uno de los cuales era el de un guerrero y tenía entre sus piernas el esqueleto de un perro. Más alejados, se encontraban los restos de una mujer, de un niño de diez años y dos llamas.
  • En cinco hornacinas que había en tres de los lados de la cámara real, se hallaron 212 vasijas de cerámica con restos de alimentos: "la comida para la vida futura".

NUEVOS HALLAZGOS

Tumba del Sacerdote: La tumba de un sacerdote mochica fue la segunda cámara funeraria en ser encontrada. Se trataba de un personaje de menor linaje, el que había sido enterrado en la compañía de un guardián, de cuatro personas más y de un perro. Este sacerdote, por los análisis de ADN efectuados, fue contemporáneo al Señor de Sipán. En las piezas que le acompañaban destacan, como símbolos religiosos como el sol y la luna, la copa o el cuenco destinados a los sacrificios, una corona de cobre bañado en oro adornada con un búho con sus alas extendidas y otros elementos para el culto a la Luna y el Sol. El doctor Alva dice sobre dicho hallazgo que: "... tal parece que estamos rescatando los integrantes de la élite que podrían constituir una llave para conocer esta compleja sociedad".

El viejo Señor de Sipán: En el lado sur de la pirámide se ha excavado otra tumba intacta, a 6 m. de profundidad, ligeramente más pequeña que la anterior. Se encontró un esqueleto, 54 objetos de oro y otros ornamentos de cobre y piedras semipreciosas. Entre los objetos de oro, sobresalen un collar con la representación de 10 arañas de oro, otro con 10 felinos, 10 sonajeras o "chalchalcas" y varias narigueras. Fue sepultado junto a una mujer joven y a una llama. Sin embargo, por los mismos análisis de ADN, se ha probado que con diferencia de cuatro generaciones, el Viejo Señor de Sipán era un antepasado directo del mismo Señor de Sipán, por lo que se podría pensar en una alta jerarquía hereditaria.

SIGNIFICADO ETNOHISTÓRICO DEL SEÑOR DE SIPÁN

Los restos del Señor de Sipán nos han trasladado a 1700 años atrás, aproximadamente. El valor de sus joyas y otros artefactos encontrados en su tumba es incalculable. Pero, mucho más rico es haberlo hallado en su primigenia tumba, porque ello permitirá desentrañar el modo de vida de los mochicas, una de las grandes culturas preincaicas. Por su importancia actual, el Señor de Sipán ya ha sido trasladado a varios sitios del mundo. Estuvo en Alemania para su restauración y en Estados Unidos, estuvo de museo en museo para ser observado, estudiado y admirado.

Sonajera de oro con la representación de un dios alado, con un tumi en su mano derecha; y en la izquierda, una cabeza humana decapitada.
Mascarilla de oro con incrustaciones de plata y lapislázuli en los ojos.
Para que dichas visitas tengan la solemnidad del caso, es acompañado por una condecoración impuesta por el gobierno peruano, lo que significa un reconocimiento actual a uno de los grandes pobladores del pasado. Los restos del Señor de Sipán descansan en el recién inaugurado (2002) Museo Tumbas Reales de Sipán de Lambayeque, donde se ha hecho una réplica de su tumba original.

EL FIEL COMPAÑERO DE LA NOBLEZA PREINCA

En las antiguas tumbas andinas, los arqueólogos han encontrado las momias de los nobles siempre acompañadas de todo aquello que les podía “servir en el más allá”. Por supuesto, el noble era enterrado con más cosas cuanto más rico había sido en la tierra. Por ejemplo, los reyes, como el Señor de Sipán, fueron enterrados con sus mujeres, guerreros, animales, joyas, ceramios, textiles, etc. Menos cosas se han hallado en las tumbas de los nobles de jerarquía inferior. Pero, el esqueleto del perro siempre ha sido un distintivo común. El tipo de perro que principalmente criaron los nobles de la época preincaica es el llamado “perro de cola larga”, de color blanco o negro con manchas marrones. Se le puede comparar con el actual “perro chusco”. Tenía un promedio de vida de doce años. Era de colmillos grandes, básicamente carnívoro y se alimentaba de los restos de los animales que se cazaban.

Justamente, por su carácter agresivo, fue utilizado para la caza, principalmente de venados. Había sido adiestrado para acorralarlos. Luego, sus amos se encargaban de matar la presa con flechas y cuchillos. El perro vivió junto al hombre andino desde los primeros asentamientos humanos. Durante el Precerámico el perro fue domesticado por los primeros cazadores del Ande y se desplazaba junto a sus amos en búsqueda de presas. Al período Poémape pertenecen los esqueletos de perros hallados en las tumbas de la nobleza de la cultura Cupisnique.

Las huellas de perros en barro fresco encontradas en las excavaciones de las tumbas en el valle de Saña pertenecen al período Purulen. Las primeras representaciones del perro en esculturas pertenecen a la cultura Moche, donde ya se había constituido como “guardián y compañero de nobles y sacerdotes”. Pero, en épocas posteriores, este “perro de cola larga” fue reemplazado por el “perro sin pelo” o “perro chino”. Sus funciones cambiaron y se le utilizó más en el hogar que en la cacería. (Por Lucero Yrigoyen M.Q.)