viernes, 22 de diciembre de 2017

RAPTO DE LAS SABINAS


Los sabinos, junto con los etruscos, los latinos, los ecuos,  los ligures, los sabelios y los hérnicos, entre otros, fueron pueblos antiguos que habitaron la Italia prerromana. Se cree que los sabinos estaban relacionados en su origen con los picentinos, pelignos y samnitas; y estos últimos estaban emparentados con los frentanos, lucanos, apulios y brucios.  Aunque esto no se puede determinar con seguridad, pero se cree que estuvieron en el Lacio desde la prehistoria y, una vez instaurada la República, se asimilaron a la cultura y llegaron a ser ciudadanos de Roma. Se les vincula la leyenda troyana de la creación de Roma.

Los sabinos eran un pueblo ganadero que habitaba las colinas cercanas a Roma en el Lacio, se ubicaron al oeste de los Montes Apeninos, ocupando toda la ribera este del río Nera y a ambos lados del Velino, hasta llegar al Tíber y el Aniene (Annio) en el sur. Actualmente a la región que habitaron los sabinos se le llama Sabinia. En la época romana los escritores clásicos la citan como “tierra de los sabinos”, mientras que el nombre Sabinia o Sabina fue dado por los griegos.

EL RAPTO DE LAS SABINAS

Según la leyenda, en la Roma de los primeros tiempos había muy pocas mujeres. Para solucionar esto, Rómulo, su fundador y primer rey, organizó unas pruebas deportivas en honor del dios Neptuno, a las que invitó a los pueblos vecinos. Acudieron varios de ellos, pero los de una población, la Sabinia, eran especialmente voluntariosos y fueron a Roma con sus mujeres e hijos y precedidos por su rey.

Comenzó el espectáculo de los juegos y, a una señal, cada romano raptó a una mujer, y luego echaron a los hombres. Los romanos intentaron aplacar a las mujeres convenciéndolas de que sólo lo hicieron porque querían que fuesen sus esposas, y que ellas no podían menos que sentirse orgullosas de pasar a formar parte de un pueblo que había sido elegido por los dioses. Las sabinas pusieron un requisito a la hora de contraer matrimonio: en el hogar, ellas sólo se ocuparían del telar, sin verse obligadas a realizar otros trabajos domésticos, y se erigirían como las que gobernaban en la casa.

Años más tarde, los sabinos, enfadados por el doble ultraje de traición y de rapto de sus mujeres, atacaron a los romanos, a los que fueron acorralando en el Capitolio. Para lograr penetrar en esta zona, contaron con la traición de una romana, Tarpeya, quien les franqueó la entrada a cambio de aquello que llevasen en los brazos, refiriéndose a los brazaletes. Viendo con desprecio la traición de la romana a su propio pueblo, aceptaron el trato, pero, en lugar de darle joyas, la mataron aplastándola con sus pesados escudos. La zona donde, según la leyenda, tuvo lugar tal asesinato, recibió el nombre de Roca Tarpeya, desde la que se arrojaba a los convictos de traición.

Cuando se iban a enfrentar en lo que parecía ser la batalla final, las sabinas se interpusieron entre ambos ejércitos combatientes para que dejasen de matarse porque, razonaron, si ganaban los romanos, perdían a sus padres y hermanos, y si ganaban los sabinos, perdían a sus maridos e hijos. Las sabinas lograron hacerlos entrar en razón y finalmente se celebró un banquete para festejar la reconciliación. El rey de Sabinia Tito Tacio y Rómulo formaron una diarquía en Roma hasta la muerte de Tito.

El libro "El Ocho" hace referencia a esta pintura de forma tácita, donde explica la supuesta elaboración del cuadro por el artista retratando en ella a las dos protagonistas Mireille y Valentine. Valentine es la mujer que se interpone entre los romanos y los sabinos, y Mireille es la mujer que está en el suelo.