Los sabinos, junto con los
etruscos, los latinos, los ecuos, los
ligures, los sabelios y los hérnicos, entre otros, fueron pueblos antiguos que
habitaron la Italia prerromana. Se cree que los sabinos estaban relacionados en
su origen con los picentinos, pelignos y samnitas; y estos últimos estaban
emparentados con los frentanos, lucanos, apulios y brucios. Aunque esto no se puede determinar con
seguridad, pero se cree que estuvieron en el Lacio desde la prehistoria y, una
vez instaurada la República, se asimilaron a la cultura y llegaron a ser
ciudadanos de Roma. Se les vincula la leyenda troyana de la creación de Roma.
Los sabinos eran un pueblo
ganadero que habitaba las colinas cercanas a Roma en el Lacio, se ubicaron al
oeste de los Montes Apeninos, ocupando toda la ribera este del río Nera y a
ambos lados del Velino, hasta llegar al Tíber y el Aniene (Annio) en el sur.
Actualmente a la región que habitaron los sabinos se le llama Sabinia. En la
época romana los escritores clásicos la citan como “tierra de los sabinos”,
mientras que el nombre Sabinia o Sabina fue dado por los griegos.
EL RAPTO DE LAS SABINAS
Según la leyenda, en la Roma de
los primeros tiempos había muy pocas mujeres. Para solucionar esto, Rómulo, su
fundador y primer rey, organizó unas pruebas deportivas en honor del dios
Neptuno, a las que invitó a los pueblos vecinos. Acudieron varios de ellos,
pero los de una población, la Sabinia, eran especialmente voluntariosos y
fueron a Roma con sus mujeres e hijos y precedidos por su rey.
Comenzó el espectáculo de los
juegos y, a una señal, cada romano raptó a una mujer, y luego echaron a los
hombres. Los romanos intentaron aplacar a las mujeres convenciéndolas de que
sólo lo hicieron porque querían que fuesen sus esposas, y que ellas no podían
menos que sentirse orgullosas de pasar a formar parte de un pueblo que había
sido elegido por los dioses. Las sabinas pusieron un requisito a la hora de
contraer matrimonio: en el hogar, ellas sólo se ocuparían del telar, sin verse
obligadas a realizar otros trabajos domésticos, y se erigirían como las que
gobernaban en la casa.
Años más tarde, los sabinos,
enfadados por el doble ultraje de traición y de rapto de sus mujeres, atacaron
a los romanos, a los que fueron acorralando en el Capitolio. Para lograr
penetrar en esta zona, contaron con la traición de una romana, Tarpeya, quien
les franqueó la entrada a cambio de aquello que llevasen en los brazos,
refiriéndose a los brazaletes. Viendo con desprecio la traición de la romana a
su propio pueblo, aceptaron el trato, pero, en lugar de darle joyas, la mataron
aplastándola con sus pesados escudos. La zona donde, según la leyenda, tuvo
lugar tal asesinato, recibió el nombre de Roca Tarpeya, desde la que se
arrojaba a los convictos de traición.
Cuando se iban a enfrentar en lo
que parecía ser la batalla final, las sabinas se interpusieron entre ambos ejércitos
combatientes para que dejasen de matarse porque, razonaron, si ganaban los
romanos, perdían a sus padres y hermanos, y si ganaban los sabinos, perdían a
sus maridos e hijos. Las sabinas lograron hacerlos entrar en razón y finalmente
se celebró un banquete para festejar la reconciliación. El rey de Sabinia Tito
Tacio y Rómulo formaron una diarquía en Roma hasta la muerte de Tito.
El libro "El Ocho" hace referencia a esta pintura de forma tácita,
donde explica la supuesta elaboración del cuadro por el artista retratando en
ella a las dos protagonistas Mireille y Valentine. Valentine es la mujer que se
interpone entre los romanos y los sabinos, y Mireille es la mujer que está en
el suelo.