Según las antiguas mitologías de
Europa del Norte, Patagonia y ciertas doctrinas cabalísticas, los gnomos son
cada uno de los enanos fantásticos o elementales de la Tierra, en cuyas
entrañas moran trabajando en las minas, custodiando los tesoros subterráneos y
cuidando de los metales y piedras preciosas. Su etimología no está clara,
procediendo para algunos de una mala traducción del latín medieval gnomus y del
verbo griego que significa «conocer». Para otros, sin embargo, derivaría del
griego genomós, que quiere decir «terrestre».
El vocablo gnomo fue utilizado
por el alquimista suizo Paracelso en su Liber de nymphis, sylphis, pygmaeis et
salamdris, et de caeteribues spiritibus (1566), donde expone la teoría de la
existencia de cuatro seres espirituales: los silfos del aire, las salamandras
del fuego, las ninfas del agua y los pigmeos de la tierra. Como escribía en
latín, también denominaba a los pigmeos «gnomi», cuyo singular es «gnomus». Los
«gnomo» de Paracelso podían desplazarse libremente por la tierra como los peces
por el agua o los pájaros por el aire. Sin embargo, se desconoce si él mismo
creó la palabra gnomo o sencillamente la tomó de los escritos de un autor
anterior.
Los gnomos forman un pueblo sobrenatural
de seres muy pequeños e invisibles, dotados de singular astucia, que nació de
la fantasía de los visionarios hebreos llamados cabalistas. Poseían la
presciencia, conocían los secretos de la Tierra y eran el alma de ésta. Los
autores de dicha doctrina aseguraban que el aire, la tierra, el agua y el fuego
se agitaban merced a los seres invisibles que animaban estos elementos. Según
los cabalistas, Dios asignó el imperio del fuego a la salamandra, el del aire a
los silfos, el del agua a las ondinas y el de la tierra, no en la superficie
sino en el interior, a los gnomos. Estos moraban en las figuras metálicas del
globo, en el interior de las grutas, llenas de estalactitas de maravilloso
efecto. Eran los guardianes de las minas de oro y plata.
Fotografía del Gnomo de Salta, Argentina. |
Los gnomos, aunque no pertenecen
propiamente a la mitología sino a la superstición, recuerdan a los telquines y
a los cabiros, genios que representan el trabajo en los metales adorados por
los griegos en localidades de naturaleza volcánica. Sin embargo, los mitólogos
nada han dicho hasta ahora que sepamos de que pudiese haber relación entre esos
personajes míticos de Grecia y los gnomos.
Estos se repartieron con la
filosofía pitagórica cabalística por todo el globo y aunque sufrieron varias
modificaciones, según se fueron acomodando a las distintas culturas de los
pueblos, siempre conservaron el carácter de dueños del imperio de la tierra y
de guardianes de sus minas. La estatura de estos pequeños genios iba en
progresión descendente hasta la más diminuta. Son unos seres fantásticos que
aparecen en cuentos, dibujos animados, etc. Suelen estar representados en
cerámica en los jardines de algunas casas, predominando así en los Estados
Unidos de Ámerica. Es tradicional que los gnomos hagan acto de presencia en los
cuentos populares.
Un ejemplo es el cuento Riquete,
el del copete, en el que una princesa encuentra en el bosque al rey de los gnomos:
Riquete; al regresar al mismo sitio oyó bajo sus pies ruido de preparativos, la
tierra se abrió y pudo contemplar a los gnomos que preparaban el banquete con
su poco agraciado rey. También se atribuía a los gnomos una gran afición a las
ciencias mágicas y a la adivinación, así como lo refleja el cuento de
Rumpelstiltskin, en el que un gnomo propone una adivinanza: averiguar su
nombre.