miércoles, 20 de diciembre de 2017

PABLO, EL ULTIMO APOSTOL


Pablo de Tarso, originalmente Saulo de Tarso o Saulo Pablo, también llamado san Pablo, nacido en el año 10 d. C.,3 en Tarso de Cilicia y muerto como mártir en el año 67d.C, es conocido como el Apóstol de los gentiles, el Apóstol de las naciones, o simplemente el Apóstol, y constituye una de las personalidades señeras del cristianismo primitivo. De sus epístolas auténticas surge que Pablo de Tarso reunió en su personalidad sus raíces judías, la gran influencia que sobre él tuvo la cultura helénica y su reconocida interacción con el Imperio romano cuya ciudadanía, en el decir del libro de los Hechos de los Apóstoles ejerció.

Su conocimiento de la cultura helénica, hablaba fluidamente tanto el griego como el arameo,  le permitió predicar el Evangelio con ejemplos y comparaciones comunes de esta cultura por lo que su mensaje cosechó un pronto éxito en territorio griego. Pero esta característica también dificultó por momentos la exacta comprensión de sus palabras, ya que Pablo recurrió en ocasiones a nociones helenísticas alejadas del judaísmo mientras que otras veces habló como un judío estricto y observante de la Ley (1Corintios 9:19-21).

Por otra parte, es claro que sus epístolas fueron escritos de ocasión, respuestas a situaciones concretas. Por ello el análisis exegético moderno, más que esperar de cada una de ellas una formulación sistemática del pensamiento del Apóstol, examina las dificultades y particularidades que él presenta, analiza su evolución y debate sobre su integridad.

Sin haber pertenecido al círculo inicial de los Doce Apóstoles, y recorriendo caminos jalonados de incomprensiones y adversidades (2Corintios 11:23-29), Pablo se constituyó en el motor de construcción y expansión del cristianismo en el Imperio romano, merced a su talento, a su convicción y a su carácter indiscutiblemente misionero.  Su pensamiento conformó el llamado cristianismo paulino, una de las cuatro corrientes básicas del cristianismo primitivo que terminaron por integrar el canon bíblico.

De las llamadas epístolas paulinas, la Epístola a los romanos, la Primera y la Segunda epístola a los corintios, la Epístola a los gálatas, la Epístola a los filipenses, la Primera epístola a los tesalonicenses (probablemente la más antigua) y la Epístola a Filemón tienen en Pablo de Tarso su autor prácticamente indiscutido. Ellas son, junto con el libro de los Hechos de los Apóstoles, las fuentes primarias independientes cuyo exhaustivo estudio científico-literario permitió fijar algunas fechas de su vida, establecer una cronología relativamente precisa de su actividad, y una semblanza bastante acabada de su apasionada personalidad.

Sus escritos, de los que nos han llegado copias tan antiguas como el papiro 46 datado de los años 175-225, fueron aceptados unánimemente por todas las Iglesias cristianas. Su figura, asociada con la cumbre de la mística experimental cristiana, resultó inspiradora en artes tan diversas como la arquitectura, la escultura, la pintura, la literatura, y la cinematografía y es para el cristianismo, ya desde sus primeros tiempos, una fuente ineludible de doctrina y de espiritualidad.

PERSECUSIÓN  A LOS SEGUIDORES DE JESÚS Y CONVERSIÓN

Según los Hechos de los Apóstoles, el primer contacto fidedigno con los seguidores de Jesús lo tuvo en Jerusalén, con el grupo judeo-helenístico de Esteban y sus compañeros. Saulo Pablo aprobó la lapidación de Esteban el protomártir, ejecución datada de la primera mitad de la década del año 30.

En su análisis, Vidal García limita la participación de Saulo Pablo en el martirio de Esteban al señalar que la noticia sobre la presencia de Pablo en esa lapidación no pertenecería a la tradición original utilizada por Hechos. Bornkamm argumenta sobre la dificultad de suponer que Pablo haya estado siquiera presente en la lapidación de Esteban. El capítulo 8 de los Hechos de los Apóstoles muestra en los primeros versículos un cuadro panorámico de la primera persecución cristiana en Jerusalén, en el que Saulo Pablo se presenta como el alma de esa persecución. Sin respetar ni a las mujeres, llevaba a los cristianos a la cárcel.

No se habla de matanzas pero, en un discurso posterior en el templo (Hechos 22:19-21), Pablo señaló que andaba por las sinagogas encarcelando y azotando a los que creían en Jesús de Nazaret. En Hechos 9:1 se indica que las intenciones y propósitos de Saulo eran amedrentar de muerte a los fieles. Y en Hechos 22:4 se coloca en boca de Pablo su persecución «hasta la muerte», encadenando y encarcelando a hombres y mujeres.

Según el libro de los Hechos de los Apóstoles, luego del martirio de Esteban, Saulo Pablo se dirigió a Damasco, hecho que los biblistas tienden a situar en el término del año subsiguiente a la lapidación de Esteban.

Hechos de los Apóstoles 9:1-9

Entretanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén. Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” El respondió: “¿Quién eres, Señor?” Y él: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer». Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber.

Pablo mismo presentó esta experiencia como una “visión” (1Corintios 9:1), como una “aparición” de Jesucristo resucitado (1Corintios 15:8) o como una “revelación” de Jesucristo y su Evangelio (Gálatas 1:12-16; 1Corintios 2:10). Pero nunca presentó esta experiencia como una “conversión”, porque para los judíos “convertirse” significaba abandonar a los ídolos para creer en el Dios verdadero, y Pablo nunca había adorado a ídolos paganos, ni había llevado una vida disoluta. Los biblistas tienden a acotar a un marco muy preciso el significado del término «conversión» aplicado a Pablo. En realidad, cabe que Pablo interpretara que tal experiencia no lo hacía menos judío, sino que le permitía llegar a la esencia más profunda de la fe judía.99 Por entonces, el cristianismo aún no existía como religión independiente.

Además, como resultado de esa “experiencia” vivida en el camino a Damasco, Saulo de Tarso, hasta entonces dedicado a perseguir encarnizadamente y asolar con celo a la “Iglesia de Dios” según sus propias palabras (Gálatas 1:13; Filipenses 3:6), transformó su pensamiento y su comportamiento. Pablo siempre habló de su condición judía en tiempo presente (2Corintios 11:22, Gálatas 2:15, Filipenses 3:3-6) y señaló que él mismo debía cumplir las normas dictaminadas por las autoridades judías (2Corintios 11:24). Probablemente nunca abandonó sus raíces judías, pero permaneció fiel a aquella experiencia vivida, considerada uno de los principales acontecimientos en la historia de la Iglesia.

La última etapa de la vida de Pablo, que abarca desde su apresamiento en Jerusalén hasta su presencia en Roma, tiene como fuente fundamental el relato de Hechos de los Apóstoles 21:27–28:31. El libro de los Hechos de los Apóstoles otorgó a la llegada de Pablo a Roma una importancia adicional al mero carácter histórico: para él significaba el cumplimiento de lo que consideraba ya previsto por Jesús en el comienzo del mismo libro respecto de que el Evangelio sería llevado a todas las naciones (Hechos 1:8).