Asomando desde
lo alto de las catedrales donde la vista apenas si alcanza, seres infernales,
imágenes dantescas o animales grotescos que parecen surgidos de una mente
enfermiza guardan el santo edificio de los males del Maligno. Defensoras
pétreas por encargo celestial, las gárgolas atemorizan cualquier intento de
profanación del enclave sagrado. Una antigua leyenda francesa cuenta la
existencia de un ser monstruoso con el aspecto de un dragón que poseía un largo
cuello, fuertes mandíbulas y un largo hocico llamado Gargouille. Dicho monstruo
destruía todo aquello que encontraba a su paso gracias a su pestilente aliento
y a los chorros de agua que despedía.
La ciudad de
Rouen, para aplacar tan nefasto animal, decidió ofrecerle todos los años una
ofrenda humana para calmar sus ánimos agresivos. Se elegía un criminal y se le
entregaba, si bien el monstruo prefería doncellas. Corría el año 600 cuando el
clérigo Romanus llegó a la ciudad para pactar con el dragón a cambio de que los
lugareños aceptaran ser bautizados y erigieran una hermosa iglesia. Dispuesto a
exorcizar a la bestia y equipado con lo necesario fue acompañado junto al
dragón.
Con la simple
señal de la cruz el fiero animal se convirtió en una bestia dócil, y atado con
una simple cuerda fue conducido a la plaza de la ciudad. Gargouille fue quemado
en la hoguera y las llamas consumieron su cuerpo, excepto cabeza y cuello del
que surgía su tórrido aliento. Ante tal situación, dichos restos fueron
depositados en el tejado del ayuntamiento como recordatorio de las angustiosas
jornadas vividas por la población.
Esta leyenda
viene a explicar el origen del término “gárgola” como sinónimo de escupir agua
y que, con el paso del tiempo, su imagen pasó a las cornisas de las iglesias y
de las catedrales medievales. En realidad la idea de crear una escultura
ornamental y decorativa para utilizarla como desagüe era utilizada desde la
antigüedad por griegos, etruscos y romanos. Así fue como, durante la Edad
Media, esos canalones decorativos servían como sumideros para expulsar el agua
de la lluvia evitando con ello el deterioro de los muros y la erosión de la
piedra.
Las primeras
gárgolas aparecen a principios del siglo XII. Este sistema de drenaje del agua
es el más utilizado durante la época del estilo gótico, si bien no todas las
gárgolas tenían dicho uso. Los primeros ejemplos góticos de estas gárgolas son
las que se encuentran en la catedral de Lyon y las de Nôtre Dame de París.
Situadas por hileras en lo más alto del edificio, fueron cambiando su aspecto
con el paso de los años. Las primeras, más bien toscas, dejaron paso a otras
mucho más elaboradas que fueron proliferando hasta convertirse en auténticas
obras de arte. Su peculiaridad más relevante es que siempre eran
intencionadamente horribles y grotescas.
La ambigüedad de
sus formas, característica del estilo gótico, no ha permitido la elaboración de
un significado concreto y un conocimiento preciso al contener una mezcla en su
composición de diferentes especies, unas existentes y otras fantasiosas. No hay
dos iguales. Cada una de ellas posee su propia personalidad por llamarlo de
algún modo. En una época en la que las imágenes tenían por misión un mensaje
moral, religioso y docente la gárgola sigue siendo un misterio, pues no se ha
encontrado en ella un objetivo educativo.
Para algunos,
representan los avatares de la vida, pues su aspecto muchas veces no se
corresponde con el de animales conocidos. Para otros se trata de la
representación de las almas de aquellos a los que todavía no se les permite
entrar en la casa del Señor. Pero la hipótesis más acertada es aquella que nos
habla de las gárgolas como guardianes del edificio, signos mágicos que lo
alejan de todo mal.
Las
representaciones demoníacas estaban muy presentes en la imaginería medieval.
Los artesanos seguían las pautas establecidas y no podían expresar su
creatividad pues en realidad eran obreros al servicio de la nobleza y sobre
todo de la Iglesia. La única excepción que rompía dicha regla era la
realización de las gárgolas. La libertad creativa para con las gárgolas era
casi absoluta, y era entonces cuando el escultor dejaba volar su imaginación y
fantasía. (Fuente: Paseando por la historia)