Alba Longa fue una antigua ciudad
del Lacio, situada en los montes Albanos, fundadora y cabeza de la Liga Latina;
fue destruida por Roma alrededor de la mitad del siglo VII a. C. Conforme a la
leyenda, Alba Longa fue fundada por Ascanio, el hijo del héroe troyano Eneas,
treinta años después de la fundación de Lavinium. Cronológicamente esto habría
sucedido alrededor de mediados del siglo XII a. C., algún tiempo después de la
destrucción de Troya (que según los sabios antiguos habría ocurrido en 1184 a.
C.). La leyenda explica que de Ascanio surgió una dinastía de reyes de Alba
Longa, entre quienes los mejor conocidos son Procas, y sus hijos Numitor y
Amulio.
Como consecuencia del auge del
poder de Roma, las dos ciudades entraron en conflicto y, finalmente, bajo el
reinado de Tulio Hostilio (a mediados del siglo VII a. C.), una guerra entre
ellas fue resuelta por el famoso combate entre los Horacios y los Curiacios. La
leyenda cuenta que los tres hermanos Horacios romanos combatieron a los
Curiacios de Alba Longa para determinar qué pueblo dominaría al otro. El último
de los Horacios mató a los tres Curiacios y obtuvo así el triunfo para Roma.
Alba Longa fue destruida, para nunca más ser reconstruida, y sus habitantes
fueron trasladados a Roma, donde se les concedió el monte Celio para que se
establecieran.
La localización de esta antigua
ciudad latina ha sido muy debatida desde el siglo XVI. El punto de partida es
la leyenda de la fundación de Roma en Dionisio de Halicarnaso que habla de un
lugar entre el monte Cavo y el lago Albano. El lugar ha sido relacionado en
diversas ocasiones con el convento de San Pablo en Palazzola, cerca de Albano,
con Coste Caselle, al lado de Marino o, finalmente, con Castel Gandolfo. De
hecho el último de estos lugares ocupa el lugar de la villa de Domiciano;
antiguas fuentes afirman a su vez que esta última había sido construida en el
arx (o ciudadela) de Alba Longa.
Los datos arqueológicos
disponibles para la Edad del Hierro muestran la existencia de una hilera de
aldeas, cada una con su propia necrópolis, a lo largo de la ribera suroeste del
lago Albano. Cuando Roma destruyó estos pueblos todavía debían de encontrarse
en una fase preurbana. Estarían empezando a agruparse alrededor de un centro
que podría perfectamente haber sido Castel Gandolfo, ya que la necrópolis allí
es significativamente mayor, lo que sugiere una ciudad más grande.
En el periodo republicano tardío,
el territorio de Alba Longa (el Ager Albanus) se pobló de nuevo con numerosas
villas residenciales, que se mencionan en las obras literarias antiguas y cuyas
ruinas se han conservado hasta la actualidad.