El origen y
nacimiento del dios Apolo se halla rodeado de un halo legendario que se presta
a ser descrito por los cantores de mitos de una manera bastante lírica. Se
decía de él que conducía el carro del sol, con lo cual se quería indicar que
era la deidad de la luz y de la claridad. Y, también, que había sido traído al
mundo por su madre Leto en una lejana isla de nombre Delos
("brillante"). Después de recorrer lugares y sitios en los que sus
gentes la acogieran para dar a luz. Leto, perseguida por la celosa diosa Hera,
por haber accedido aquélla a las pretensiones afectivas de Zeus, arribó a una
isla hasta entonces móvil y errática.
Según cuentan
las leyendas, en el único árbol de su terreno yermo, se agarró Leto para
aguantar los dolores del parto, los cuales le duraron nueve días. De este modo
nacieron Apolo y su hermana Artemisa/Diana. Desde entonces, la isla quedó para
siempre fijada en el lugar exacto en el que acogió a Leto y su hermoso fruto,
ya que el poderoso Zeus, padre de las criaturas, construyó unas hermosas y
profundas columnas mediante las cuales aquel terreno quedó para siempre
amarrado al fondo de los mares.
Y convertido,
además, en uno de los más idílicos lugares que imaginarse pueda la mente
humana, ya que su arquitecto y hacedor fue el gran Zeus, rey del Olimpo y de
cuantos en él habitan. Nunca más la oscuridad cubriría el cielo que limita la
isla de Delos, denominada, a partir de entonces, la "brillante". Y es
que en ella no sólo habían estado todas las deidades del Olimpo para ser
testigos del nacimiento de Apolo, sino que, además, éste, considerado como la
verdadera luz y el mismo Sol, vino al mundo en tal recóndito y, hasta entonces,
desconocido lugar.
JUEGOS PITIOS
La niñez del
dios Apolo transcurrió con cierta rapidez y apenas existe en ella dato alguno
digno de encomio, aunque se adivinaba en sus gestos el talante activo y
guerrero que, con posterioridad, le llevaría a resolver determinadas
situaciones haciendo uso de útiles como el arco y las flechas, los cuales
quedarían como significativos atributos de su personalidad y de su poder.
La primera de
las hazañas que Apolo realizará es aquella que tuvo como desenlace la muerte de
un reptil que se movía por los campos de Tesalia y causaba entre sus moradores
miedo y pánico. Según la leyenda, este fiero animal formaba parte de los
diferentes monstruos que se generaron de la confluencia del limo o barro,
producido por las aguas de la tierra y el calor reverberante desprendido por el
Sol.
De entre todos
esos monstruos, el más bestial era el feroz reptil que ya hemos citado. Se
trataba de una enorme serpiente a la que todos temían debido a su terrorífica
presencia y a los desmanes que producía entre los humanos y sus cosechas y
propiedades. Recibía el nombre de serpiente Pitón y, según nos cuenta Ovidio en
"Las Metamorfosis", cayó muerta y destrozada bajo las flechas de
Apolo "y por cuyas mil heridas salió la venenosa sangre. Mucho tiempo
después, el recuerdo de esta singular victoria dio origen - por voluntad del
mismo Apolo, enorgullecido por su valerosa hazaña - a unos solemnes juegos que
recibieron el nombre de Pitios y en los cuales el vencedor, bien en la lucha,
bien en la carrera pedestre o en la conducción de carros, merecía una corona de
hojas de encina porque aún no las había de laurel, y porque las coronas con que
Apolo se adornaba estaban hechas con las hojas del árbol más cercano al lugar
en el que él estaba".
La fuerza y
destreza de Apolo fueron debidas a los cuidados que la diosa Temis le prodigó
desde niño. Merced a ello, se convertiría pronto en un joven apuesto, fuerte y
ágil de movimientos. La diosa le alimentó con la ambrosía y el néctar que
constituían el manjar propio de los dioses del Olimpo. Además, en el momento de
nacer Apolo, la tierra de la itinerante isla de Delos se cubrió de una amplia
capa de gránulos de oro y a ella acudieron los cisnes sagrados enviados por
Zeus, y que dieron siete vueltas a la isla, y condujeron el hermoso carro que
transportaría al dios Apolo hasta el grandioso territorio de Delfos, lugar en
el que se asentará, desde entonces, el oráculo de Delfos que se hallaba,
guardando la vetusta y oscura gruta que hacía de entrada al territorio del
Oráculo, la serpiente Pitón que Apolo acribillaría con sus temibles dardos.
Según cuentan
los narradores de mitos, el nombre "Pitón" significa
"pudrir" y el célebre Himno de Apolo recoge el sentido de este
concepto: "Púdrete ahora ahí donde estás sobre la tierra nutridora de los
humanos". También por entonces fue cuando Zeus puso en manos de Apolo la
mitra y la lira, que se constituirían en sus símbolos visibles y reconocidos.
FLECHA DE AMOR Y DARDO DE DESAMOR
No obstante la
destreza y tino que Apolo había demostrado con su arco, y el efecto que sus
flechas causaron en aquel monstruo que impedía con su sola presencia horrorosa
la entrada a la gruta del oráculo de Delfos; sin embargo, y debido a una
especie de arrogancia y prepotencia que, tan real como la vida misma, siempre
acampana a quienes se creen superiores a los demás, o a quienes detentan
determinados poderes, políticos o sociales... Lo cierto es que Apolo,
envalentonado por la hazaña realizada al dar muerte a la serpiente Pitón, no se
paró en mientes y un nefasto día para él insultó al dios del Amor, al certero
Cupido, pues nadie como él sabe dirigir las flechas al lugar deseado.
Oigamos, al
respecto, la narración de Ovidio: "Porque Apolo, presuntuoso de su éxito
sobre la serpiente Pitón, viendo a Cupido con el apercibido carcaj, le
amonestó: Dime, joven afeminado: ¿qué pretendes hacer con esa arma más propia
de mis manos que de las tuyas? Yo sé lanzar las flechas certeras contra las
bestias feroces y contra los feroces enemigos. Yo me he gozado mientras veía
morir a la serpiente Pitón entre las angustias envenenadas de muchas heridas.
Conténtate con avivar con tus candelas un juego que yo no conozco y no
pretendas parangonar tus victorias con la mías. Sírvete tú de tus flechas como
mejor te plazca -respondió el Amor- y hiere a quienes te lo pida tu ánimo. Mas
a mí me place herirte ahora. La gloria que a ti te viene de las bestias
vencidas me vendrá a mí de haberte rendido a ti, cazador invencible".
Después de
terminar su discurso, Cupido se dirigió hacia el monte Parnaso y, una vez allí,
cargó dos flechas con el fruto del amor y la pasión en una, y en la otra, por
contra, el abultado desdén. Las lanzó con gran tino y la primera se clavó en el
pecho de Apolo, mientras la segunda alcanzó a la ninfa Dafne. De este modo, la
pasión de uno -en este caso Apolo- se estrellaría siempre contra el desprecio
-latente en Dafne- del otro. Ante los requerimientos del dios, la ninfa
respondía indefectiblemente con el repudio y la huida.
"¡Espérame,
hermosa mía! - clamaba Apolo -. ¡Espérame! ¡Que no soy ningún enemigo de
funestas ideas! ¡Húyale el cordero al lobo, el ciervo al león y la paloma al
águila, porque sus enemigos son; pero no me huyas, porque únicamente el más
inmenso amor me impulsa! "
-En vano clamaba
Apolo; inútiles resultaban sus súplicas y sus ruegos, pues Dafne -debido a la
influencia del certero dardo de Cupido- no reparó en él ni un instante
siquiera.
Las
lamentaciones de Apolo no parecían propias de un dios tan valeroso y victorioso
como hasta entonces se había aparecido ante él mismo y ante los demás. La
flecha del desamor, que Cupido le había clavado en el centro mismo de su
corazón, estaba produciendo el efecto deseado por el certero arquero.
HOJAS DE LAUREL
Reflexionaba
Apolo sobre todas las cualidades de las que estaba adornado, y no hallaba fallo
ni tacha ninguno en su propia persona. Acaso ya no se acordaba de su arrogancia
para con el "afeminado Cupido". Cuanto más se miraba a sí mismo,
menos veía sus posibles fallos. Finalmente, y muy a su pesar, Apolo no pudo
conseguir el amor, ni el afecto de Leto, la cual se transformó en árbol,
concretamente en un laurel que, por otro lado, se convirtió en el símbolo de
Apolo y sus victorias, El relato de Ovidio nos da cuenta exacta de los avatares
del dios y de la ninfa:
"Hijo de
Júpiter soy, y adivino el porvenir y soy sabio del pasado. Yo inventé la
emoción de acotar el canto al son de la lira; mis flechas llegan a todas partes
con golpes certeros. Mas, ¡ay!, que me parece más certero quien me dio en mi
blanco. Siendo el inventor de la medicina, el universo me adora como a un dios
bondadoso y benefactor. Conozco la virtud de todas las plantas.... pero ¿qué
hierba existe que me cure la locura de amor? Se conoce que mis méritos, útiles
para todos los mortales, únicamente para mí no tienen poder ni prodigio.
Mientras hablaba
así logró Apolo acortar la distancia que les separaba: pero Dafne de nuevo huyó
ligera... con hermosura acrecentada. Sus vestidos volados y semicaídos... Sus
cabellos dorados y flotantes... Divina, sí. Debió pensar Apolo que más le
valían que las melodiosas palabras, en aquella ocasión, los pies ligeros... y
arreció en su carrera. Y fue aquello... como una liebre perseguida por un galgo
en campo raso, espectacular y definitivo. ¿La alcanza? ¿No la alcanza? Ya los
varoniles dedos rozan las prendas femeninas... ¡Y cómo palpita el corazón
entonces...!
Llegó Dafne a
las riberas del Paneo, su padre, y le dijo así desconsolada: " ¡Padre mío
si es verdad que tus aguas tienen el privilegio de la divinidad, ven en mi
auxilio... o tú, tierra, ¡trágame... porque ya veo cuán funesta es mi
hermosura... "
Apenas terminó
su ruego, fue acometida por un espasmo. Su cuerpo se cubre de corteza. Sus
pies, hechos raíces, se ahondan en el suelo. Sus brazos y sus cabellos son
ramas cubiertas de hojarasca. Y, sin embargo, ¡qué bello aquel árbol! A él se
abraza Apolo y hasta parece que lo siente palpitar. Las movidas ramas,
rozándole, pueden ser caricias. "Pues que ya - sollozó - no puedes ser mi
mujer, serás mi árbol predilecto, laurel, honra de mis victorias. Mis cabellos
y mi lira no podrán tener ornamento más divino. ¡Hojas de laurel! (...)
Cubriréis los pórticos en el palacio de los emperadores y reyes dejarán de
aparecer verdes".
PERSONIFICACION DEL SOL Y DE LA LUZ
Hay otras
versiones más poéticas del pasaje que muestra al dios Apolo acabando con la
serpiente Pitón. Tales interpretaciones conciben semejante suceso siempre en
relación con una especie de simbolismo que habría que desvelar, en cuyo caso
llegaríamos a una explicación un tanto atractiva del mito y, en todo caso,
hasta más real.
En tal sentido
se dice que ese monstruo, esa enorme serpiente Pitón era una forma
antropomórfica, elaborada por los propios mortales, para explicar las crecidas
del rápi do torrente que cruzaba, con ensordecedor ruido, toda la región en
donde se desarrollaron los míticos sucesos.
Al finalizar la
estación invernal, y con la llegada de la primavera, el caudal del hasta
entonces insignificante arroyo que, naciendo en la cumbre del monte Parnaso,
cruzaba los valles y montañas de Delfos, aumentaba considerablemente, en parte
debido al deshielo. Formaba cascadas de gran altitud y se introducía con
estrépito por entre las terrazas del propio anfiteatro de Delfos y, al propio
tiempo, describía mil vericuetos -visibles unos, ocultos otros-; todo ello
contribuía a la formación de un cauce irregular e incontrolado. El lecho del
torrente se hinchaba sobremanera y, desde una perspectiva lírica, se asemejaba
al despertar de una enorme serpiente dispuesta a no dejarse dominar por ningún
mortal.
Solo la
presencia del Sol, allá arriba, lograría mermar, con el poder calorífico de sus
rayos, el desbocado caudal del torrente. Nos hallamos ya en el estío y Apolo
-la personificación del Sol y de la luz- se dispone a frenar, hasta agostarlo,
aquella movilidad exacerbada del torrente y de sus desbocadas aguas. El dios,
Apolo, ha vencido a la serpiente Pitón, pues donde había un crecido río, apenas
ahora se distingue un insignificante regato. Los rayos del sol simbolizarían
las flechas que Apolo envía con fuerza inusitada, lo cual indicaría que nos
hallábamos ya en pleno verano, contra las, hasta aquí, abundantes aguas del
torrente. El resultado será la muerte de éste -el torrente- a manos de aquél
-el Sol, es decir, la personificación del dios Apolo-; y, así, se cumplen los
vaticinios de los cantores de himnos, cuando se refieren a la muerte de la
Pitón por Apolo: "No; la muerte cruel no podrá ser apartada de ti (...),
te pudrirás ahí, bajo la acción de la tierra negra y del brillante Sol".
VALLE DE TESALIA
Lo cierto es que
la muerte de la serpiente Pitón hizo que el protagonista de semejante suceso,
es decir, muy especialmente el dios Apolo, tuviera que purificarse. La muerte
de la serpiente Pitón confirió al dios cierta impureza de espíritu, pues, a
pesar de las muchas interpretaciones en favor de la actuación del dios, sin
embargo, existen autores que piensan que Apolo mató a la Pitón por un interés
personal -y no porque hiciera daño a hombres y ganado-, derivado de la
querencia del dios por tener un oráculo propio; cosa comprensible dadas las
dotes de adivino que indudablemente poseía.
Puesto que la
serpiente era hija de la madre Tierra, poseía la virtud de emitir veredictos
ante determinadas cuestiones que se le plantearan. Por lo mismo, al decir de
ciertos mitólogos, desarrollaba tareas de oráculo. Esto convertía al monstruo
en enemigo y rival del dios Apolo, de aquí la lucha entre ambos y la posterior
victoria de este último. Por lo demás todas las sociedades ancestrales han
tenido muy en cuenta el mito de la serpiente -representando el mal y el daño,
la oscuridad y el abismo- y el dios poderoso que logra darle muerte, y que
simboliza la lucha del mal contra el bien, de la luz contra la oscuridad, del
amor contra el odio...
Para cumplir con
el rito de su purificación, Apolo sube al carro tirado por blancos cisne -la
blancura de los cisnes simboliza la luz y la claridad irradiadas por Apolo- y,
aunque en un principio se dirigirá hacia Delfos, sin embargo terminaría por
asentarse en un plácido y verde valle situado entre las dos míticas montañas de
Ossa y Olimpos. Aquí llevó a cabo el dios Apolo su purificación y, desde
entonces, ese idílico y paradisíaco lugar será conocido con el nombre de
"Valle de Tesalia".
LA HERMOSURA DE APOLO
Cuentan las
leyendas que el dios Apolo era muy bello y siempre se le representaba en plena
juventud. Además, su atractivo no sólo era físico, sino que tenía también
ciertas cualidades de tipo moral y, en cualquier caso, llamaba la atención por
su gracia y su prestancia. "Era un dios semejante al más bello y viril de
los mortales, pleno de savia y vigor, siempre joven; una cabellera abundante se
esparcía por sus anchos hombros" (Himno a Apolo).
No obstante toda
su belleza y fortaleza, Apolo no pudo enamorar, como ya hemos visto, a la ninfa
Dafne, aunque no le sucedió lo mismo con la hermosísima Cirene, a quien Apolo
conoció cuando guardaba los rebaños de su padre, rey de los lapitas, que se
hicieron célebres por luchar contra los centauros.
Esta ninfa
tesalia prefería cazar a cualquier otra diversión, con lo que ya tenía algo en
común con Apolo, reconocido como un gran cazador. En cierta ocasión, la ninfa
Cirene se enfrentó a una peligrosa pieza. Nada menos que a un león, y ni siquiera
utilizó en la refriega arma alguna. Apolo observaba la feroz lucha y vio como
la ninfa logró matar al león. Al instante se enamoro de ella, y siguiendo el
consejo de un veloz centauro, decidió subirla en su carro de oro y raptarla.
Huyó con ella hasta el norte de África y, una vez en la región de Libia, regaló
el dios Apolo a la cariñosa ninfa un terreno que, desde entonces, se
denominaría la región de Cirene. Además, ambos tuvieron un hijo, al que sus
padres confiarían a las Musas.
ARISTEO
En una legendaria
tierra, bañada por las aguas marinas, nació Aristeo. La venturosa tierra había
acogido en su seno a dos ilustres personajes, es decir, a Apolo y a la bella
ninfa Cirene. De su unión nacería Aristeo. Desde muy niño fue educado por las
Musas, quienes le enseñaron todo lo concerniente al arte de la predicción y de
la adivinación; también le mostraron el poder curativo de las plantas y todos
los lenitivos y remedios contra las diversas enfermedades.
Más adelante,
también las Ninfas colaboraron en la tarea de hacer de Aristeo un hombre de
provecho. Merced a todo ello, conoció la técnica de la apicultura y las
diferentes formas de cultivo de los olivos: además, le enseñaron los variados
modos de cobrar piezas, con lo que se convirtió en un experto cazador y
dominador de la práctica de la cinegética.
En cierta
ocasión, Aristeo libró a los habitantes de las islas Cíclades de la terrible
enfermedad de la peste. Más, curiosamente, para esto no utilizó su sabiduría
curativa, sino que, armándose de paciencia, cumplió diariamente con un ritual
en honor de Zeus. El dios, agradecido, envió un viento fresco y bonancible a
aquel lugar de desahucio y la terrible enfermedad se alejó para siempre de
allí.
PROMESA DE CASANDRA
Apolo también se
enamoró de la joven Casandra, quien le prometió que accedería a sus peticiones
sí el dios le concedía el don de la profecía. Hízolo así Apolo, pero Casandra
no cumplió la promesa de casarse con él, por lo que el dios se sintió engañado
y utilizado. Entonces decidió confundir, de aquí en adelante, toda predicción
hecha por Casandra.
Las leyendas
cuentan que Apolo, una vez que descubrió la burla de Casandra, montó en cólera
y escupió en sus labios, con lo que, a partir de ahora, Casandra nunca sería
tenida en cuenta. Nadie, por lo demás, daría crédito, en lo sucesivo, a sus
palabras. Y así, Casandra, con ocasión del sitio de Troya por los griegos, y
habiendo ideado éstos el famoso caballo de madera en el cual ocultarían a sus
hombres para tomar la ciudad, advirtió que si entraban en Troya ésta quedaría
destruida. Pero, por mor de la forma de venganza de Apolo, nadie la creyó; el
resultado fue la destrucción de la ciudad.
APOLO Y TALIA
La prestancia de
Apolo le impedía a relacionarse con todas las bellezas que iba conociendo. Tal
es el caso de sus amores con Talía. Cuentan las crónicas que Apolo tuvo con
ella unas relaciones amorosas de las que derivaría el nacimiento de los famosos
Coribantes. Estos eran deidades que acompañaban siempre a Dioniso, pues
formaban parte de su séquito.
Talía era una de
las nueve Musas y personificaba lo festivo, lo lúdico y la comedia. Por lo
común se la representaba con la cara cubierta por una máscara cómica; aunque
también aparecía, en ocasiones, con los atributos que hacían referencia al
pastoreo y al verdor del campo. Por ejemplo, se la representaba cubierta de
hiedra y portando un cayado. Su figura siempre aparecía llena de juvenil
encanto y en actitud risueña. Cuentan las más célebres leyendas que Talía era
la inventora de la geometría y de la agricultura y que se le atribuía el
cuidado de la vegetación y el crecimiento de los árboles.
APOLO/FEBO Y LEUCOTOE
Una narración,
llena de poesía, que Ovidio introduce en su obra "Las Metamorfosis"
muestra cómo Apolo provoca, con su anhelo amoroso, un lamentable suceso. Sin
embargo, antes, si se me permite, voy a intentar una disgresión respecto del
nombre con el que, en ocasiones, se denominaba al dios Apolo, por parte de
algunos narradores clásicos, como por ejemplo es el caso de Ovidio. Me refiero
al epíteto Febo, el cual se utilizaba para referirse al dios Apolo y tiene una
etimología no suficientemente conocida, ni aceptada, por los estudiosos de la
mitología.
No obstante,
parece que existe la convención de considerar al nombre Febo como relacionado
semánticamente con los significados de los conceptos "claridad",
"brillante", "transparente" y "resplandeciente".
En todo caso, los antiguos lo utilizaban con relativa frecuencia para nombrar a
Apolo, De aquí que hayamos encabezado este apartado con los apelativos
APOLO/FEBO.
Lo cierto es que
Febo, según nos cuenta Ovidio, es el propio dios Apolo, cuando personifica al
Sol. Y hubo un tiempo en que Apolo/Febo se enamoró de la hija del rey persa
Orcamo. Llamábase la joven Leucotoe, y cedió a las pretensiones de Apolo/Febo
porque éste, transformándose en la madre de aquélla, consiguió sus propósitos
de conquista. Cuando el padre de Leucotoe se enteró de que su hija había sido
seducida por el dios Apolo, montó en cólera y castigó a ésta por consentir y
doblegarse a tan ilustre enamorado. Había sido Clitia, celosa porque no fue
elegida ella por Apolo/Febo para formar pareja con el dios, quien puso al
corriente de todo al furioso Orcamo. El castigo fue tan severo que, según nos
narra Ovidio, Leucotoe quedó enterrada y cubierta con arena:
"Con la
noticia, el rey, loco de furor, ordena que Leucotoe sea enterrada viva y que
sobre su cuerpo se acumule un enorme montón de arena".
Apolo/Febo quiso
ayudar a su amada y por medio de sus rayos se dispuso a abrir rendijas en la
arena que cubría el cuerpo de Leucotoe pero, a pesar de su poder, no logró
devolverla a la vida. "Desde la muerte de su hijo Faetón no había sentido
Febo un dolor tan vivo", nos cuenta Ovidio.
ARBOL DE INCIENSO Y HELIOTROPO
La compasión de
Febo por su amada fue tal que -sigue diciéndonos Ovidio- se dispuso a
"ungir de néctar oloroso los despojos mortales y asegurar que tocarán en
el cielo como si se hubieran convertido en una columna de quemado
incienso".
Por contra, el
odio experimentado, a partir de ahora, por el dios, hacia la acusona Clitia,
hará posible que Apolo/Febo la desprecie y la envíe un ejemplar castigo.
Oigamos de nuevo a Ovidio y reparemos en la descripción que de tales hechos nos
hace en su obra ya citada:
"Como el
amor había sido causa de la indiscreción de Clitia, Apolo jamás volvió a tener
unión carnal con ella, y hasta la despreciaba cada día haciéndole saber sus
amoríos. La ninfa Clitia no pudo sufrir tales desdenes. Miró al Sol con sus
ojos clamorosos y tornóse lívida. Poco a poco sus pies se transformaron en
tallo y su cuerpo violado en las flores olorosas de la violeta y del
heliotropo".
También Homero
llama Febo al dios Apolo en algunas ocasiones, y el propio Zeus - rey del
Olimpo y padre de aquél - se dirige a él en los siguientes términos que
"La Ilíada" recoge: "Ve ahora, querido Febo, a encontrar a Héctor,
el de broncíneo casco".
Aparece con
relativa frecuencia el apelativo Febo en la obra de Homero: “... y Febo Apolo,
que iba delante, holló con sus pies las orillas del foso profundo, echó la
tierra dentro y formó un camino largo y tan ancho como la distancia que media
entre el hombre que arroja una lanza para probar su fuerza y el sitio donde la
misma cae. Por allí se extendieron en buen orden; y Apolo, que con la égida
preciosa iba a su frente, derribaba el muro de los aqueos, con la misma
facilidad con que un niño, jugando en la playa, desbarata con los pies y las
manos lo que de arena había construido. Así tú, flechador Febo, destruías la
obra que había costado a los aqueos muchos trabajos, esfuerzos y sacrificios, y
a ellos los ponías en fuga".
La faceta
guerrera de Apolo/Febo es resaltada en numerosos pasajes de la mitología y, en
toda ocasión, nunca deja de obedecer y ayudar a su padre Zeus, lo cual
redundará siempre en beneficio del hijo, quien verá, así, extenderse su poder a
otros campos opuestos a lo bélico.
PODER CURATIVO DE APOLO
Son muchos los
héroes y luchadores que saben de los poderes que Apolo tiene sobre los
distintos males que aquejan a la salud y sobre la forma en que cura las
diferentes heridas infligidas en los campos de batalla. Por esto mismo, en
cuanto se encuentran heridos por el enemigo, enseguida claman a Apolo/Febo para
que, mediante su poder sobre la enfermedad y el dolor, sane sus cuerpos
malheridos.
Homero nos
ofrece varias muestras de esa capacidad curadora que el dios Apolo/Febo poseía,
y en la que creían a pies juntillas, por así decirlo, los más renombrados
guerreros. Tal es el episodio que muestra el arrojado guerrero Glauco que cae
herido, durante la guerra de Troya, al intentar socorrer a su amigo Sarpedón.
Al momento dirige sus súplicas al dios Apolo, y también, al instante, son
atendidas por el dios, con lo que Glauco queda curado de sus heridas, las
cuales habían sido causadas por las armas de su oponente Teucro.
Aunque logra
rescatar el cadáver de su compañero Sarpedón; sin embargo, como prosiguiera
luchando, con posterioridad -en actitud temeraria- y defendiendo otras causas
-entre ellas el intento por rescatar el cadáver de Patroclo, compañero del
renombrado Aquiles y artífice directo de la muerte de Sarpedón-, halló el final
postrero. Fue muerto a manos de Ayax, el más fornido y alto de los guerreros
griegos, que portaba las más temibles y pesadas armas, así como el famoso
escudo compuesto por una plancha de bronce forrada de al menos siete pieles de
buey. Tras la muerte de Glauco, el dios Apolo se preocupó de que su cadáver no
pudiera ser exhibido por ninguno de sus verdugos; para ello, llamó a los
vientos y les ordenó que lo llevaran hasta Licia, la tierra que le había visto
nacer y en la que había gobernado su rey Sarpedón.
El propio Zeus
ordenó, también, a Apolo que trasladara el cadáver de Sarpedón hacia la tierra
de Licia: "¡Ea, querido Febo! Ve y después de sacar a Sarpedón de entre
los dardos, límpiale la negra herida cubierta de oscura sangre; condúcele a un
sitio lejano y lávale en la corriente de un río; úngele con ambrosía, ponle
vestiduras divinas y entré galo a los veloces conductores y hermanos gemelos:
el Sueño y la Muerte. Y éstos transportándolo con presteza, lo dejarán en el
rico pueblo de la vasta Licia".
He aquí, por
otra parte, la forma en la que Glauco clamó a Apolo/Febo para que lo curara:
"Óyeme, oh soberano, ya te halles en la opulenta Licia, ya te encuentres
en Troya; pues desde cualquier lugar puedes atender y ayudar al que está
afligido, como yo lo estoy ahora. Tengo esta grave herida, padezco agudos
dolores en el brazo y la sangre no se seca; el hombro se entorpece, y me es
imposible manejar firmemente la lanza y pelear con los enemigos (...) Cúrame,
oh soberano, la grave herida, adormece mis dolores y dame fortaleza para que mi
voz anime a los licios a batallar y yo mismo luche en defensa del cadáver de
Sarpedón".
Tal fue su
plegaria, óyole Febo/Apolo y en seguida calmó los dolores, secó la negra sangre
de la herida e infundió valor en el ánimo del teucro. Glauco, al notarlo, se
holgó de que el gran dios hubiese escuchado su ruego. En seguida fue por todas
partes y exhortó a los capitanes licios para que combatieran en torno a
Sarpedón.
LA LEYENDA DE UNA HERMOSA FLOR
Los devaneos y
amoríos de Apolo fueron innumerables. No sólo se relacionó con las más bellas
ninfas y muchachas, sino que también fue protagonista de episodios en los que
aparecían como actores principales efebos de gran hermosura. Tal es el caso de
Jacinto/Hiacinto, del cual se prendó e dios. Según unos, Jacinto/Hiacinto era
descendiente del rey de Esparta Amiclas. Aunque otra versión le hace hijo de la
hermosa musa Clío.
No sólo Apolo se
había fijado en el bello efebo, sino también un joven poeta, llamado Támiris
(del que se dice fue el primero que se enamoró de alguien que pertenecía a su
propio sexo, por lo que se le tiene por el introductor de la Sodoma en la
historia de los mortales) quien, además de su gallardo porte y de su atractivo
físico, reunía cualidades, por ejemplo, relacionadas con la música no igualadas
por nadie hasta entonces. Su mismo padre había sido un renombrado músico y, por
lo mismo, había traspasado esta afición a su hijo Támiris.
Cuentan las
leyendas que, en cuanto Apolo se constituyó en rival suyo -puesto que ambos se
disputaban la amistad del efebo Jacinto/Hiacinto-, se dedicó a lanzar infundios
con el fin de desacreditarle ante otros músicos y ante el propio efebo. Las
calumnias del dios estaban muy bien urdidas, pues mencionaban la superioridad
de la voz y el canto de Támiris sobre la propia entonación de las Musas, cuando
es sabido que nadie puede competir con ellas en ningún aspecto artístico.
Las Musas
tomaron represalias ante semejante atrevimiento y, en unos instantes,
descargaron cruel castigo sobre el desventurado Támiris. Este -por haber
propalado, según el infundio de Apolo que él era capaz de vencer a las Musas
con su melodiosa voz- fue alcanzado por los males que aquéllas le enviaron y
perdió la vista, el habla y hasta la memoria. De este modo, el dios Apolo se
quitó de en medio limpiamente, por así decirlo, a un peligroso rival y, en lo
sucesivo, podría gozar de la ansiada compañía de su amado amigo Jacinto/Hiacinto.
Mas su recién
estrenada alegría pronto se volvió tristeza y pena ya que cierto día se
hallaban ambos practicando el lanzamiento del disco, cuando sobrevino la
catástrofe. El disco que había lanzado el dios chocó aparatosamente contra una
dura roca, y desvió peligrosamente su trayectoria viniendo a estrellarse, con
inusitada violencia, contra la cabeza de Jacinto/Hiacinto. El hermoso efebo
murió al instante y ni siquiera el dios Apolo pudo socorrerle: sólo tuvo tiempo
de transformar la sangre que manaba de la cabeza del muchacho, en una hermosa
flor de color rojo púrpura que, desde entonces, para perpetuar su nombre y su
recuerdo, pasaría a llamarse la Flor del Jacinto.
EL RÍO DE LA IRA
Algunos relatos
nos presentan el dios Apolo, no sólo cargado de la animadversión que ya hemos
descrito hacia sus adversarios, como es el caso del poeta y cantor Támiris,
sino también revestido de una crueldad cuando menos impropia de un dios con los
poderes y las cualidades de Apolo. Valga, al respecto, como paradigma de lo que
acabamos de apuntar, el brutal final del sileno Marsias, a manos del cruel
Apolo.
Marsias era de
ascendencia frigia, y según cuentan las diversas crónicas, había confeccionado
un instrumento musical que emitía melodiosos sonidos: se trataba de una flauta
de dos tubos. Otras leyendas nos hablan de que fue Atenea/Minerva quien había
inventado el instrumento musical descrito; pero, al mirarse en un manantial y
ver su cara hinchada por tocar la flauta, la arrojó lejos de sí y profirió toda
una sarta de maldiciones para quien la encontrara y la recogiera.
La casualidad
hizo que el sileno Marsias pasara por el lugar en donde se encontraba la
flauta. La recogió y, al decir de las diferentes narraciones, muy pronto logró
sacar toda una serie de sonidos y notas que le hicieron célebre. Su virtuosismo
llegó a oídos del mismísimo Apolo, quien se quedó sorprendido ante lo que él
consideraba atrevimiento gratuito por parte de Marsias. Este había propalado
que dominaba todos los sonidos de la flauta mejor que Apolo su singular lira.
Ambos se retaron y convinieron que quien ganara podría hacer con el otro lo que
deseara.
Apolo se sirvió
de ardides tales como tocar el instrumento al revés -aunque eso no entraba
dentro de lo pactado por ambos, ya que la flauta no puede tocarse por el
extremo opuesto a su lengüeta - y, de esta manera tan desleal, logró
proclamarse vencedor. Se dice que algunos de los personajes presentes durante
la singular justa entre participantes de tan desproporcionada catadura no
aprobaron el resultado satisfactorio al dios y por lo mismo, Apolo los castigó
al instante. Tal fue el conocido caso del rey Midas, quien manifestó su
oposición al resultado que dará la victoria a Apolo; éste, a manera de castigo,
le colocó dos orejas de asno sobre su cabeza.
Lo más grave del
caso fue el trato que el vencido, en este caso el sileno Marsias, recibió del
vencedor, es decir, de Apolo. El cruel dios, después de que las Musas -en
cargadas de dilucidar la cuestión entre Marsias y Apolo- proclamaran la
superioridad de Apolo, éste ni corto ni perezoso cogió a Marsias, le ató a un
olivo que había en el lugar y le infligió una cruel muerte; lo desolló vivo. Al
parecer, el propio dios se arrepintió de su cruel actuación y convirtió al
desgraciado Marsias en un río de aguas cristalinas que nacía en las raíces del
citado olivo.
APOLO EN EL ARTE
Los artistas y
entendidos siempre dicen de Apolo que pertenece a la segunda generación de los
Olímpicos. Esto significaba, al menos para los clásicos, y siempre desde una
perspectiva estética, que tal deidad podía esculpirse con todos los materiales
nobles -lo cual era considerado un privilegio reservado sólo a los dioses del
Olimpo y a los dioses superiores, éstos eran veintidós y, de ellos, doce
componían la corte celestial y las otras diez deidades se denominaban elegidas
o selectas- como, por ejemplo, oro, plata, bronce, marfil...
Apolo, por lo
demás, era representado como un dios revestido de valor y victorioso
"Apolo Pítico". Pero, además, existían otras imágenes en las que aparecía
en una postura erecta, en actitud de marcha, con su corta capa - clámide -
echada hacia atrás y su cabeza erguida.
También es
frecuente representarlo en plena juventud, casi como un adolescente. O, en
otros casos, aparece apoyado en una columna; con su brazo derecho sujeta su
cabeza y toda la figura irradia cierta clase de serenidad de ánimo. Tal sería
el caso del Apolo de Praxíteles, que se apoya en el tronco de un árbol en el
cual se destaca la figura de un lagarto.
Una piedra
cónica o redonda era, en los primeros tiempos, la única representación del dios
Apolo. Luego, apareció revestido de evocaciones musicales, sobre todo en la
época clásica. También son numerosas las ocasiones en las que aparece
representado desnudo, o bien cubierto con una amplia capa o túnica, pero
siempre portando la lira entre sus manos.
Con frecuencia
se le representa revestido de otros atributos distintos de la lira, que también
definen al complejo dios, tales como el arco y las flechas, el trípode y el
cetro, el laurel y los rayos solares, la mitra... (Fuentes: Misterios Tripod)