Quisiera antes
que nada prevenir a aquellos que tienen cierta sensibilidad, ya que la
siguiente historia no sólo es real sino que aún es parte de las vidas de muchos
seres desafortunados que viven en el pequeño pueblo del cual también soy
perteneciente, y del cual pronto me iré para no tener que vivir otra vez
semejante experiencia. Dado los sucesos ocurridos desde ya casi un año, mi
padre pudo contarnos que cierto día había aparecido un hombre de raza negra en
nuestro pequeño poblado de colonos italianos y alemanes a 300 km de la de
buenos aires.
Era joven y
atlético, alrededor de veinticinco años, y si bien parecía muy sociable y
atento con el trato a los demás, jamás encontró la misma respuesta que él
hubiera querido para sí. Y en cambio a poco tiempo de llegado al pueblo, se
encontró con la experiencia más terrorífica de su vida, fue carne de presa para
unos perros hambrientos que tenemos en el pueblo, y no me refiero a perros.
Mi padre nos
contó en secreto que una de las familias alemanas que vivía en el poblado se
destacaban por tener cierto mal trato absolutamente para todos, mi padre decía
que los Friedman aún se creían la honorable familia nazi que vivía en Berlín
hacía mil novecientos cuarenta y cinco. Eran esotéricos, hacían trabajos de
ocultismo y adoraban a dioses extraños, si pasabas por frente a la casa podías
ver pinturas de estos seres que jamás me atrevería a estudiar o querer saber
más al respecto.
Los viernes por
la noche, mientras la gente solía caminar por las cuatro calles de la plaza
principal para asistir al show de magia y a ver a los ventrílocuos, los
Friedman sacrificaban gallinas y gritaban en una ceremonia bien rara, y de la
cual no quiero hablar en este momento..
Pero ese viernes
de diciembre, cambiaron carne de gallina por carne humana, lo esperaron a que
salga del hostal, lo persiguieron, lo maniataron y lo metieron en la cajuela
del auto, no lo vio uno sino varios, estaban tan desquiciados los Friedman que
no les importo mostrarse públicamente secuestrando al nuevo vecino.
Del resto no se
sabe nada, la gente que vio a los Friedman violentar al negro pensó que lo
sacarían del pueblo, pero todos, hasta mi padre y mi abuelo estaban equivocados.
Solo se sabe lo que paso después, a la una de la mañana se vio entrar
arrastrándose al pobre negro al hostal, con el rostro desfigurado, la cara
quemada con ácido, sin lengua, los párpados cortados y algo que no quisiera ni
escribir…le faltaba la mano, su mano izquierda.
El pobre negro
no tardó en morir desangrado, nadie lo auxilio ni mostró compasión por su
agonía, nadie le tendió la mano que aun tenia y que elevaba hacia el conserje
en busca de compasión. Nadie hizo nada por él.
Lo cubrieron con una bolsa y ahí quedo por unas horas, en la recepción
del hostal, hasta que la policía llego desde buenos aires, tres horas después,
se llevaron el cadáver y jamás se supo más del suceso en cierta forma..
Una semana
después, justo el viernes por la noche, un cortocircuito encendió un tubo de
gas líquido que había en el garaje de los Friedman, exploto todo,
instantáneamente, matando a toda la familia, sus hijos y una pequeña nieta de
siete meses que había quedado al cuidado de la señora Friedman. Se supone que
fue obra del negro en pena, más que obra, si propia mano obrando.
El sábado
siguiente se suicidó el recepcionista. Encontraron una carta en su abrigo que
pedía perdón, quizás con la misma compasión con la que el pobre negro llevó
hasta la muerte con su larga y dolorosa agonía.
Y eso no es
nada, cada viernes por la noche, cuando duermes y te das vueltas en la cama, y
extiendes tu mano, puedes, a veces,…sentir…la mano negra del pobre desconocido,
intentando tocar la tuya, quizás como anima en pena, quizás aun sufriendo,
pidiendo ayuda desde el más allá, o quizás como castigo a cientos de personas
que le vimos ser raptado por las garras del innombrable y no hicimos nada.
Cada vez hay
menos gente en el pueblo, los jóvenes nos estamos yendo, y los ancianos pagan
cada viernes el pacto de silencio con esta familia, muchos mueren de infartos,
no pueden soportar la mano fría que pueden sentir en la madrugada.