Cuenta la leyenda incaica, que
Mayta Cápac, con el fin de reconocer sus dominios del Antisuyo, armó una
expedición compuesta por ayllus y soldados. Un día de lluvia, saliendo de la
capital del Imperio y una noche de nieve llegaron al Lago Sagrado de Manco Cápac.
Al amanecer, Mayta Cápac decidió seguir las cordilleras del poniente por donde
se ocultaba el dios Inti (Dios Sol). Cortando cerros y paramos, pasaron por
Lagunillas y ascendieron un poco hasta Imata (alta y pequeña laguna). Siguieron
las huellas del Inti al ocultarse y pernoctaron en Sumbay (quebrada de agua,
cristalina).
Pasaron una noche de poco frío y
emprendieron nueva caminata; vencieron una corta lomada y de repente un
espectáculo de oro maravilló a las huestes de Mayta Cápac. El sol iluminaba, la
cabeza de un inmenso volcán y el Inca, lleno de asombro exclamó: ¿Un Misti que
habrá tras ese Misti? Y averiguaron (Misti, en quechua significa: Señor, dueño
inamovible de la tierra).
El Inca y su ejército, colmados
de ansiedad por ver que había tras aquella montaña, perdieron el cansancio.
Cerca de las faldas del Misti, divisaron a la izquierda una sucesión de
pequeños volcanes, empinados y blancos y volvió a exclamar: Pichupichu...
acompaña a Misti. ("Pichupichu", significa entonces "Sucesión de
volcanes"). Y, mirando a la derecha, otra imponente montaña, toda cubierta
de nieve, al unísono exclamaron: ¿Chachani, Chachani, resguarda a Misti?
("Chachani”, quiere decir montaña de nieve"). Cruzaron el abra entre
lo que ellos llamaron: Misti y Chachani y volvieron a maravillarse.
Al fondo un inmenso valle cortado
por una cinta de agua cristalina, el Inca señalando aquel río dijo a su gente:
¡Chili… mayo… "Chili" significa gruta de agua y "mayo",
rió). - ¡Arequepay! (Aquí quedaos). Y de aquí el nombre de Arequipa. Bajaron
hasta el centro del valle. En la orilla, inclinada y verde, se instalaron Mayta
Cápac ordena que cada ayllu, buscase los terrenos más propicios para el cultivo
de la papa y el maíz. En el terreno más extenso armaron un tambo y empezó a
repartir lo que había traído.
Cada vez que el Inca salía, en
busca de otros lugares para entregar tierras a sus ayllus y soldados, dejaba un
vigía a cargo del tambo. El vigía, era un indio que con su cuerno sonoro,
llamaba al Inca para avisarle que había llegado un chasqui y encomienda de la
sierra. Y como aquel cuerno sonaba. ¡¡ Tuturutúúú!. Tuturutu, llamaron al indio
vigía que con el tiempo se encargó de cuidar el tambo y avisar al Inca del
cualquier novedad.
Cuando ya los pobladores
instalados en cada andenería de cultivo; después de cada luna, volvían al tambo
para recibir semillas, encomiendas y víveres, el Inca ordenaba amablemente:
¡Tuturutu trae!, ¡Tuturutu tiene! ¡Tuturutu reparte! Y Tuturutu de tanto
repartir día y noche, una mañana amaneció muerto y petrificado por una ola de
frió.
Allí quedó el Tuturutu, en el
centro del tambo, con su trompeta sonora, dirigida hacia el Sol, derramando
chorros de agua cristalina, en señal de riego y alegría para aquella población
inca que tuvo la suerte de llegar a las faldas del Misti y al valle de
"Arequepay". Y desde entonces se habló de aquel Tuturutu que tenemos
en el centro de la Plaza de Armas de Arequipa.