La mayor parte de los
historiadores acepta que Hipócrates nació alrededor del año 460 a. C. en la
isla griega de Cos y que a lo largo de su vida se convirtió en un célebre
médico y profesor de medicina. Sorano de Éfeso, un ginecólogo griego del siglo
II, fue el primer biógrafo de Hipócrates y es la fuente de gran parte de los
datos sobre su persona. También se puede encontrar información sobre él en los
escritos de Aristóteles, (siglo IV a. C.), en la Suda (siglo X) y en las obras
de Juan Tzetzes (siglo XII). Sorano afirma que el padre de Hipócrates se
llamaba Heráclides y era médico. Su madre, por su parte, se llamaba Praxítela, hija
de Tizane.
El mismo biógrafo relata que
Hipócrates aprendió medicina de su padre y su abuelo, además de estudiar
filosofía y otras materias con Demócrito y Gorgias. La única mención
contemporánea que se conserva de Hipócrates proviene del diálogo de Platón
Protágoras, en el que el filósofo lo describe como «Hipócrates de Cos, el de
los Asclepíadas». Hipócrates enseñó y practicó la medicina durante toda su
vida, viajando al menos a Tesalia, Tracia y el mar de Mármara. Probablemente
muriera en Lárisa a la edad de 83 o 90 años, aunque según algunas fuentes
superó largamente los 100 años. Se conservan diferentes relatos sobre su
muerte.
Hipócrates es considerado el
primer médico que rechazó las supersticiones, leyendas y creencias populares
que señalaban como causantes de las enfermedades a las fuerzas sobrenaturales o
divinas. Separó la disciplina de la medicina de la religión, creyendo y
argumentando que la enfermedad no era un castigo infligido por los dioses, sino
la consecuencia de factores ambientales, la dieta y los hábitos de vida.
La medicina hipocrática destacaba
por su estricto profesionalismo, caracterizado por una disciplina y práctica
rigurosas. La obra hipocrática Sobre el médico recomienda que los médicos
siempre fueran bien aseados, honestos, tranquilos, comprensivos y serios. El
médico hipocrático daba especial atención a todos los aspectos de su práctica:
debía seguir especificaciones detalladas para «la iluminación, el personal, los
instrumentos, el posicionamiento del paciente y las técnicas de vendaje y
entablillado» en el antiguo quirófano. Debía, incluso, mantener sus uñas con
una longitud precisa.
También se daba mucha importancia
a las doctrinas clínicas de observación y documentación. Estas doctrinas dictan
que los médicos tienen que registrar sus descubrimientos y métodos medicinales
de manera muy clara y objetiva, a fin de que estos registros se puedan
transmitir y utilizarse por otros facultativos. Hipócrates anotaba regularmente
y de manera precisa muchos síntomas, incluyendo la complexión, el pulso, la
fiebre, el dolor, los movimientos y la excreción. Se afirma que medía el pulso
de los pacientes cuando examinaba por primera vez al enfermo para saber si
mentía. Hipócrates extendió las observaciones clínicas a la historia familiar y
el ambiente. Garrison apunta que «la medicina debe a Hipócrates el arte de la
inspección y la observación clínicas». Por este motivo, quizás resulta más
correcto llamarlo el «Padre de la medicina clínica».
TEORÍA DE LOS CUATRO HUMORES
La teoría de los cuatro humores o
humorismo, fue una teoría acerca del cuerpo humano adoptada por los filósofos y
físicos de las antiguas civilizaciones griega y romana. Desde Hipócrates, la
teoría humoral fue el punto de vista más común del funcionamiento del cuerpo
humano entre los «físicos» (médicos) europeos hasta la llegada de la medicina
moderna a mediados del siglo XIX.
En esencia, esta teoría mantiene
que el cuerpo humano está lleno de cuatro sustancias básicas, llamadas humores
(líquidos), cuyo equilibrio indica el estado de salud de la persona. Así, todas
las enfermedades y discapacidades resultarían de un exceso o un déficit de
alguno de estos cuatro humores. Estos fueron identificados como bilis negra,
bilis, flema y sangre. Tanto griegos y romanos como el resto de posteriores
sociedades de Europa que adoptaron y adaptaron la filosofía médica clásica,
consideraban cada uno de los cuatro humores aumentaba o disminuía en función de
la dieta y la actividad de cada individuo. Cuando un paciente sufría de
superávit o desequilibrio de líquidos, entonces su personalidad y su salud se
veían afectadas.
Teofrasto y otros elaboraron una
relación entre los humores y el carácter de las personas. Así, aquellos
individuos con mucha sangre eran sociables, aquellos con mucha flema eran
calmados, aquellos con mucha bilis eran coléricos, y aquellos con mucha bilis
negra eran melancólicos. La idea de la personalidad humana basada en humores
fue una base para las comedias de Menandro y, más tarde, las de Plauto.
Durante el período neoclásico en
Europa, la teoría humoral dominó la práctica de la medicina, en ocasiones
resultando en situaciones un tanto dramáticas. Prácticas típicas del siglo
XVIII como el sangrado o la aplicación de calor eran el resultado de la teoría
de los cuatro humores (en estos casos, para tratar los excesos de sangre y de
bilis, respectivamente). Por otro lado, debido a que mucha gente pensaba que
existía una cantidad finita de humores en el organismo, era común la creencia
de que la pérdida de fluidos era una forma de muerte.