La División de
la Investigación de L´Oreal y el Laboratorio de Investigación de los Museos de
Francia han trabajado durante tres años con un objetivo común: adquirir un
mejor conocimiento de los hábitos cosméticos del Antiguo Egipto, descubriendo
la composición cosmética del maquillaje que se utilizaba, especialmente en los
ojos. Estos trabajos, que asocian investigación científica, información
histórica y patrimonio arqueológico, desvelan ahora la existencia de una
verdadera “pre-industria” cosmética que utilizaba técnicas muy sofisticadas.
Los egipcios eran realmente “científicos” eruditos.
Los egipcios ya
se maquillaban los ojos hace más de 4.000 años, tal y como dan testimonio de
ello los tesoros que aún encierran las tumbas halladas. De esta manera, el
contenido de 49 tarros conservados en el Departamento de Antigüedades Egipcias
del Museo del Louvre ha sido objeto de un exhaustivo análisis, que engloba un
gran número de técnicas que han sido utilizadas conjuntamente por primera vez
en la historia con motivo de esta investigación. Se analizaron los minerales y
las materias grasas contenidos en los tarros elegidos.
Además de su
extraordinario estado de conservación, estas composiciones – de color negro,
blanco y gris- revelaron la presencia de compuestos de plomo inexistentes en
estado natural, lo que demuestra que los egipcios eran capaces de fabricar
productos sintéticos, buscando virtudes terapéuticas. De esta forma, numerosos
papiros médicos constatan la presencia de auténticas recetas que se utilizaban
para proteger los ojos contra enfermedades que existían debido al clima del
antiguo Egipto, especialmente durante la crecida del Nilo. Los egipcios poseían
un verdadero dominio de la cosmética, al tiempo que eran expertos en la química
de soluciones. De esta manera, los pigmentos naturales y los productos
sintetizados se mezclaban con aglutinantes constituidos de materias grasas de
origen animal para fabricar diferentes tipos de composiciones cosméticas con
texturas y colores variados.
Verdadero arte
de vivir, los hábitos de maquillaje en el Antiguo Egipto contaban con una gran
variedad de accesorios que sorprendentemente se asemejan a los estuches de
maquillaje de nuestros días: tarros de maquillaje, espejos, peines,
aplicadores, horquillas... las damas de la época faraónica ya disponían de una
completa gama de accesorios, realizada con gran refinamiento. La maestría en
las técnicas cosméticas que han desvelado estas investigaciones permite
comprender mejor los múltiples usos del maquillaje de aquella época, tal como
se ilustra en los textos antiguos, la estatuaria y la pintura: embellecimiento,
culto divino, medicina, etc.
Hombre, mujeres
y niños, todos los egipcios se maquillaban con independencia de su clase y
estrato social. El maquillaje de los ojos, acentuado con negro y verde, era
antes que nada una fuente de belleza, las formas (líneas o sombras) y las
texturas (brillantes o mates) variaban según la época. Las composiciones
cosméticas egipcias estaban siempre presentes en la lista de ofrendas
funerarias e iban asociadas al culto divino. Asimismo, contribuían a los ritos
que buscaban preservar a los dioses de la muerte y resucitar a los muertos.
Esta relación con el orden divino también explica el papel terapéutico que se
otorgaba al maquillaje.
Aún quedan
muchos secretos por descubrir que empujan a L´Oreal y al Laboratorio de
investigación de los museos de Francia a continuar con su colaboración. Después
del maquillaje de ojos, ambas entidades centran su atención a partir de ahora
en el análisis de otros tipos de composiciones cosméticas procedentes del
Antiguo Egipto y destinadas a aplicarse en los labios, el rostro, el cuerpo.
DESCUBRIMIENTOS TRAS DESCUBRIMIENTOS
Teniendo en
cuenta la amplia colección de tarros de maquillaje con que cuenta el museo del
Louvre, los investigadores tuvieron que proceder a una selección: primeramente,
escogieron las vasijas que contenían suficiente materia para poder sacar una
muestra sin vaciar su contenido y posteriormente, asegurarse de obtener una
muestra representativa en términos de forma, textura y época. De los 49 tarros
seleccionados, la mayoría contenía residuos a base de plomo. Estos últimos
fueron objeto de estudios más profundos.
Para revelar
todos los secretos de su composición, ambos equipos de investigadores aplicaron
una amplia gama de técnicas. Se utilizó: microscopio óptico, microscopio
electrónico de barrido, difracción de rayos X y la radiación sincrotrón (fuente
de rayos X muy intensa) que permite conocer la organización de los átomos en la
materia y sus proporciones. Se descubren con certeza cuatro compuestos de plomo:
galena negra (PbS), cerusita blanca (PbCO3), laurionita (PbOHCI) y fosgenita
(Pb2Cl2CO3) también de color blanco.
Si la galena y
la cerusita se conocen perfectamente, la presencia de laurionita y fosgenita
fue en cambio inesperada, ya que, resulta extraño encontrar estos materiales en
estado natural y su presencia en los tarros. Por lo que los egipcios debían
sintetizar estos productos. Paralelamente al avance sobre las fases minerales,
se inició el estudio de materias grasas contenidas en una docena de tarros. La
selección de las técnicas de análisis fue un tanto delicada: se dio prioridad a
los métodos no destructivos.
Se utilizó la
espectrometría de infrarrojos para determinar la mezcla de los compuestos. Esta
primera etapa demostró la presencia de materias grasas muchas veces en forma de
“jabón” en proporciones que varían de 0,1 a 10%. Más tarde, la espectrometría
de masa acoplada con un aparato de cromatografía en fase gaseosa permite
analizar una a una, cada molécula de la muestra. Se demostró la presencia de
cadenas grasas, principalmente de origen animal. Finalmente, la fluorescencia
de los rayos X verificó la presencia de jabones de plomo obtenidos al asociar
sales de plomo con ácidos grasos. La cuestión es, ¿cómo pudieron obtenerlos?
Por una parte,
los ácidos grasos encontrados en los recipientes no existían como tales en la
naturaleza. Esta comprobación deja la puerta abierta a dos hipótesis: o los
antiguos egipcios sabían transformar las materias grasas iniciales y extraer el
glicerol para obtener los ácidos grasos necesarios, o bien, fueron las materias
grasas las que se transformaron de forma natural con el paso del tiempo. La
presencia de jabones de plomo plantea las preguntas: ¿Sintetizaron los egipcios
voluntariamente estas materias una vez más? ó ¿Se trata del efecto del tiempo?.
Sobre este punto, es muy difícil llegar a una conclusión.
INTERPRETACIÓN DE LOS DESCUBRIMIENTOS: LOS
EGIPCIOS, “CIENTÍFICOS ERUDITOS”
Los egipcios
conocían ya perfectamente varias disciplinas tales como la síntesis química,
fisicoquímica, óptica, medicina y otras. La ciencia ya se practicaba hace 4.000
años.
¿Cómo explicar la presencia de laurionita y
fosgenita? La única conclusión posible para los investigadores era que los
egipcios sabían sintetizar estos productos.
Los investigadores pudieron reconstruir en laboratorio el proceso que
probablemente utilizaban los egipcios y que compete a la química de soluciones.
Se calentaba la galena para obtener el óxido de plomo, un producto de color
rojo. Esta materia era finamente triturada, lavada, mezclada con sal y diluida
en agua. Al día siguiente, la solución se filtraba y se le añadía nuevamente
agua salada. Y así sucesivamente durante un periodo de cuarenta días, al cabo
del cual, el polvo adquiría un color blanco: la laurionita. Para obtener la
fosgenita la “receta” incluye además el natrón, un carbonato de sodio utilizado
para la momificación.
La mayoría de
composiciones cosméticas contenían materias grasas en proporciones que variaban
de indicios ínfimos hasta un 10%. Esto no es fruto de azar y revela la
capacidad de los egipcios para dosificar sabiamente las materias grasas en
función de la textura y de la adherencia a la piel que deseaban darles: polvo
ligero o maquillaje compacto. Es sorprendente constatar que los cosméticos
modernos contienen las mismas dosis de grasas, aunque actualmente son
vegetales. Parece como si los egipcios ya conocieran algunos fundamentos de la
fisicoquímica.
Los polvos
contenidos en los tarros de maquillaje podían ser mates, o irisados. El
microscopio óptico nos había mostrado que los gránulos de galena se trituraban
a unos polvos más o menos finos y que en ocasiones se mezclaban con polvos
blancos naturales (cerusita) o sintéticos (laurionita). Al actuar sobre el
tamaño de los gránulos, los egipcios lo hacían sobre las leyes ópticas de la
reflexión de la luz: los cristales de galena son pequeños cubos cuyas caras
reflejan la luz, lo que les confiere un color negro plateado. Al triturar estos
cristales muy pequeños, llega un momento en que las caras desaparecen y el
polvo adquiere un tono negro mate. Al mezclar estos con polvos blancos los
egipcios obtenían toda una gama de grises.
¿Por qué los egipcios esperaban cuarenta
días para obtener la laurionita y la fosgenita? Posiblemente no sólo para
obtener una sustancia de color blanco que pudieran mezclar con la galena para
simples fines estéticos. Parece ser que estos finos polvos blancos se añadían a
la composición de los maquillajes por sus virtudes terapéuticas. Se hace
alusión de ello en los papiros médicos y en las inscripciones de algunos tarros
de maquillaje “como para curar las enfermedades de los ojos”. Hace 4.000 años,
los cosméticos ya eran productos de tratamiento médico. Este motivo explica por
qué, no sólo las mujeres, sino también los hombres y los niños llevaban
maquillaje de ojos.
COLORES, FORMAS Y MATERIALES: EL ARTE DEL MAQUILLAJE
EN EL ANTIGUO EGIPTO
La coquetería no
es exclusiva de los tiempos modernos. Como prueba de ello tenemos el
refinamiento con el que los egipcios de la época faraónica procedían a su
maquillaje: la selección de los colores, de los materiales y de los accesorios
revelan que el adorno era un verdadero arte de vivir que acompañaba a los
egipcios hasta en el más allá.
La historia del
maquillaje en Egipto comienza mucho antes de los primeros faraones y del
nacimiento de la cultura jeroglífica. En efecto, 4.000 años a.C., ya existía
una civilización que se esmeraba en enterrar a sus muertos con objetos
preciosos. De este modo, se colocaba cerca del rostro del muerto una paleta
junto con un pequeño rodillo que servía como machacador. Este objeto, a veces
en forma de pez, podía utilizarse para machacar la malaquita que se utilizaba
para el maquillaje de ojos. Desde principios del Antiguo Imperio (2.600 a 2.200
a.C.), el maquillaje formaba parte de la lista de ofrendas funerarias. Se le
designaba con el término uadju que significa “polvo verde”.
Entre los
primeros ejemplos de la estatuaria del Antiguo Imperio figura Sepa, gran
funcionario que vivió bajo la III dinastía, quien construyó la primera pirámide
para seducir a la bella Nesa y se le representa al lado de su amada. Sus ojos
están decorados con una línea ancha verde dibujada sobre el párpado inferior.
Ésta es una de las más antiguas formas que se conocen para embellecer el ojo.
El maquillaje
verde parece subsistir hasta la IV dinástía y más tarde desaparece dejando
lugar al negro. El predominio de la galena en las materias analizadas por los
investigadores se confirma por la presencia del maquillaje negro en la lista de
ofrendas funerarias a partir de la época de Kéops. El negro se describe por el
término mesdemet que, aplicado al ojo significaría “Hacer hablar los ojos,
hacerlos expresivos” ó “Pintar los ojos”. En las tumbas, al lado de los
sarcófagos, se encontraron bolsas de galena triturada. Los muertos se llevaban
sus materias primas para su vida en el más allá.
El ojo negro
prolongado como de una “gota” se encuentra en numerosos sarcófagos: se trata
del ojo del Dios Horus, símbolo de la integridad, a quien se representaba con
una cabeza de halcón, un animal cuyo ojo está naturalmente rodeado de un
círculo negro, y que sin duda alguna inspiró a los artistas. Asimismo, se han
observado varios maquillajes de ojos negros en las estatuas y en la pintura
desde la IV dinastía en adelante: La princesa Nefertiabet, ataviada con su
vestido de piel de pantera, se maquillaba los ojos con una línea negra alargada
ligeramente hacia la sien y la nariz.
Durante la XVIII
dinastía, la línea cosmética evoluciona. Como prueba de ello tenemos los
maquillajes de Senynefer, jefe del gabinete del rey y de su esposa, o de
Amenofis III. Los primeros presentan un fino trazo negro alrededor del ojo
prolongado por una ancha franja paralela a la línea de las cejas, negro
profundo para ella, azul grisáceo para él. En la época del rey Amenofis III, se
rodeaba a veces el ojo con una ancha línea negra, sin prolongarse por ninguno
de los lados.
A pesar de que
predominaban los maquillajes verdes y negros, los egipcios disponían de
pigmentos variados como la cerusita natural que permitía obtener un polvo
blanco y que, añadida a la galena negra, ofrecía toda una gama de grises.
La pintura y la
estutaria revelan la existencia de una paleta de colores más amplia que la
utilizada por los artistas. El maquillaje representado no siempre correspondía
a una coloración real sino que tomaba entonces un valor simbólico. Los artistas
utilizaban principalmente el “azul egipcio”, un producto sintético compuesto de
cobre, natrón y caliza. Así, se observa un trazo azul en lugar de negro en
algunas estatuas y sarcófagos, sin embargo, ningún recipiente cosmético ha
mostrado hasta hoy la presencia de esta materia. Los artistas utilizaban
también el amarillo, constituido de polvo dorado u ocre.
Con el fin de
obtener las composiciones irisadas o mates, los egipcios utilizaban polvos de
galena. Según la forma de trituración, los polvos conservaban el resplandor
metálico brillante de la galena negra azulada bruta o tomaba un color negro
mate. La galena, mezclada con polvos blancos, ofrecía una paleta de matices de
grises irisados o mates.
En forma de
polvos libres o de sombras de párpados más o menos compactas, las texturas de
los maquillajes que utilizaban los egipcios de la época faraónica se asemejan
extraordinariamente a las de los productos actuales. De esta forma, las
proporciones variables de aglutinantes, principalmente de grasas animales, cera
de abeja o resinas, se mezclaban con pigmentos minerales con el fin de obtener
productos para diferentes usos: sombras de párpados, líneas finas o espesas o
tratamientos terapéuticos. Los porcentajes de cuerpos grasos que entran en la
composición de los maquillajes (del 0,1 al 10%), eran muy parecidos a los que
se utilizan en la cosmetología moderna.
LUJO Y DIVERSIDAD: EL ESTUCHE DE TOCADOR EN
TIEMPO DE LOS FARAONES
Todos los
egipcios se maquillaban: hombres, mujeres, niños, faraones, sacerdotes,
escribas, obreros o sirvientes. Para su viaje al más allá, los egipcios se
llevaban consigo su paleta de maquillaje, así como su estuche de tocador y
todas las materias primas necesarias para la fabricación de maquillajes.
El estuche de
tocador de las mujeres egipcias sorprende por su variedad. Así la Dama Tuti,
que vivía bajo el reino de Tutankamón (XVIII dinastía), poseía toda una gama de
accesorios de belleza: espejos, peines, estiletes, pinceles, cucharas de
maquillaje, horquillas para el cabello. Toda la variedad con que cuenta la
mujer actual. Asimismo, en ciertas tumbas se encuentra el antecesor de nuestra
actual esponja en forma de paño destinado al maquillaje del cutis.
Para conservar
sus cosméticos, los egipcios utilizaban toda una gama de tarros ingeniosos y a
la vez decorados con un gran refinamiento. A menudo de piedra dura (alabastro,
hematites, mármol), los pequeños tarros de maquillaje, que se utilizaban a
partir del Imperio Medio, tenían un cuello angosto con una tapa ancha plana
para no desperdiciar los materiales que ahí se acumulaban durante la
aplicación. Algunos se cerraban con una tapa rodeada de lino o se les protegía
con un tapón de tejido destinado a mantener el polvo en el fondo del
recipiente.
Pequeños tubos,
con la forma de los eyeliners y máscaras de hoy, trabajados en carrizo de Nilo,
hueso, marfil, madera o cerámica, también se destinaban al maquillaje. Los
egipcios del Nuevo Imperio ya conocían las técnicas del envasado. Por último,
cofres de múltiples compartimentos permitían conservar a la vez una amplia
variedad de maquillaje e incluso productos de tratamiento de belleza.
Con mucha
creatividad y elegancia, los egipcios decoraban los accesorios de maquillaje y
de tocador, verdaderos objetos de arte con motivo de animales y plantas que
recuerdan su apego profundo por la naturaleza. El contexto religioso influía
también en los artistas: durante el Nuevo Imperio, los tarros de kohl en loza
representaban al dios Bes, protector del hogar.
Existían
maquillajes de diferentes calidades como lo indican algunas inscripciones
jeroglíficas. Así, entre los numerosos tarros de maquillaje que se encontraron
en la tumba de la Dama Tuti, un tubo de carrizo mencionaba la calidad del
producto con un jeroglífico: un pequeño círculo rematado con una cruz
significaba “bueno”, repetido tres veces significaba “excelente”. Este signo
podía repetirse hasta cuatro veces para los maquillajes de mayor calidad:
productos “4 estrellas” destinados a los más altos dignatarios.
MAQUILLAJE PARA PROTEGER Y CUIDAR: LAS
VIRTUDES TERAPÉUTICAS DE LAS COMPOSICIONES COSMÉTICAS
Si el
embellecimiento era una preocupación diaria, el maquillaje también se asociaba
con la salud de los ojos y de la piel, una relación que se confirma con los
textos antiguos que relatan los rituales religiosos y los papiros médicos. Unos
papiros, dotados de aproximadamente 1.500 antes de nuestra era, permiten contar
con un repertorio de tratamientos para los ojos, desde las enfermedades más
comunes hasta las más extrañas, donde se han identificado varias materias
minerales, entre ellas la malaquita verde y la galena negra:
“Remedio para disipar la grasa que se encuentra en los ojos: galena,
malaquita, ocre rojo, resina, miel. Aplíquese en los párpados”. (Ebers 354).
“Remedio para eliminar una formación (sin duda un orzuelo) que aparece en
el ojo: galena, malaquita, planta, madera podrida. Mézclese con agua y
aplíquese en los párpados”. (Ebers 355).
“Remedio para curar la vista: galena, ocre rojo, planta, parte macho de
la galena. Prepárese una masa homogénea y aplíquese en los ojos” (Ebers 359).
Para ciertas enfermedades, se recitaban algunos conjuros antes de aplicar
el producto en los ojos: “¡Ven malaquita! ¡Ven, malaquita! ¡Verde ven! ¡Derrame
del ojo de Horus, ven! ¡Emanación del ojo de Atoum, ven! ¡Secreción que se
vierte de Osiris, ven! Ven en su ayuda (el enfermo) y expulsa de él las
serosidades, el pus, la sangre, la enfermedad de la vista.” (Papiros Ebers).
Los recipientes
de maquillajes llevaban inscritas con tinta las indicaciones que especifican la
naturaleza del producto y sus condiciones de utilización: Bueno para utilizarse
diariamente, del primer al cuarto mes de la inundación, del primer al cuarto
mes del invierno, del primero al cuarto mes de verano” (tumba del escriba
Ahmes, British Museum).
En el siglo I. a
C., Plinio el Viejo y Dioscórides describen el interés terapéutico de dos
componentes principales “la espuma de plata purificada” (oxido de plomo), en
las recetas de maquillajes, colirios y pomadas destinados a borrar las manchas
de la piel, difuminar arrugas y proteger del sol.
Esta relación
entre los maquillajes y el cuidado de los ojos se establece desde el Antiguo
Imperio, según los textos que relatan el culto divino y los ritos funerarios
que constituían para los egipcios un rito común. En la lista de las ofrendas figuran
el maquillaje verde que podía estar destinado a “sanear” el rostro de dios y el
negro que le permitía “ver a través del ojo de Horus” herido, según el mito,
durante su combate con Seth.
Los ritos que
preservaban a los dioses de la muerte debían también contribuir a la
resurrección de los muertos. De este modo, se encuentran los maquillajes,
considerados como “fluidos divinos”, en los rituales del embalsamamiento,
asociados a los perfumes, aceites, inciensos y al natrón. Este contexto
religioso condujo probablemente a los egipcios a trabajar el contenido de las
composiciones de los maquillajes para hacer de ellos una verdadera medicina.
¿Qué es lo que se conserva de estas
prácticas ancestrales? El kohl, que se utiliza aún en Oriente Medio por sus
virtudes bactericidas y el halo obscuro que los beisbolistas colocan alrededor
de sus ojos para protegerse de las reverberaciones del sol durante el partido:
las recetas del Antiguo Egipto han atravesado los siglos. (Fuente: Portal
Farma)